El Santo Grial como símbolo de sacerdocio.

La leyenda del Santo Grial se originó en la Edad Media, con la primera mención escrita por Chrétien de Troyes entre 1181 y 1191 en su obra “Perceval” o «Le Conte du Graal».

Este relato introdujo la idea del Grial como un objeto místico de gran poder y significado. La leyenda se ha enriquecido y diversificado a lo largo de los siglos, incorporando elementos de mitos y tradiciones anteriores.

La leyenda del Santo Grial es una de las más fascinantes y persistentes de la Edad Media. Consiste en la búsqueda de un recipiente sagrado, comúnmente identificado con el cáliz que Jesucristo utilizó en la Última Cena. Según la tradición, este cáliz posee poderes milagrosos y fue utilizado por José de Arimatea para recoger la sangre de Cristo tras su crucifixión

La base escritural de la leyenda la encontramos en Mateo 26: 26-29; Marcos 14: 22-25; 1 Corintios 11: 23-25

Con el tiempo en el siglo VI, la leyenda se entrelazó con los mitos artúricos, convirtiéndose en una parte central de las historias del rey Arturo y sus caballeros. En estas narrativas, el Grial simboliza la búsqueda de la pureza y la perfección espiritual.

Los caballeros emprenden aventuras llenas de pruebas y desafíos para encontrar el Grial, que se cree tiene el poder de curar y otorgar la vida eterna.

La leyenda también incorpora elementos de mitos celtas y cristianos, y ha sido interpretada de diversas maneras a lo largo de los siglos, desde un símbolo de la fe cristiana hasta un objeto de poder divino.

La tradición cuenta que el Santo Grial fue guardado y utilizado por los apóstoles en Jerusalén. De allí habría pasado a Antioquía, llevado por el Apóstol Pedro a Roma.

Según ciertas fuentes, el Grial habría sido utilizado por los papas para la eucaristía hasta el año 258, cuando, debido a las persecuciones, fue entregado a la custodia de San Lorenzo, quien posteriormente lo llevó a Huesca.

Sin embargo, es importante recordar que estas historias forman parte de la tradición y no hay evidencia histórica concreta que confirme estos eventos.

El Grial y su relación con María Magdalena.

Aunque no hay una fecha exacta para la primera vez que se relacionó con María Magdalena, existen varias teorías y leyendas que conectan a ambos. Permíteme compartir algunas perspectivas interesantes:

—El Santo Grial como el Cáliz de la Última Cena:

Según la tradición cristiana, el Santo Grial es el cáliz que Jesús utilizó durante la Última Cena con sus discípulos. Se cree que fue usado para contener la sangre de Cristo, que broto de su cuerpo durante la crucifixión, al ser traspasado el mismo, por la lanza del centurión Longinos de Cesarea.

En esta versión, María Magdalena no está directamente relacionada con el Grial, pero su papel como seguidora cercana de Jesús la vincula indirectamente a la historia.

—El Código Da Vinci y la Teoría del Linaje Sagrado:

El libro El Código Da Vinci popularizó la teoría de que el Santo Grial no es un objeto físico, sino un símbolo del linaje de Jesús y María Magdalena.

Según esta teoría, María Magdalena no solo fue una discípula, sino también la esposa de Jesús. Se sugiere que tuvieron descendencia y que su linaje continuó a lo largo de la historia.

Esta idea ha generado mucha controversia y debate, pero ha capturado la imaginación de muchas personas.

—Leyendas y viajes de María Magdalena:

Algunas leyendas afirman que María Magdalena viajó a la Provenza en Francia después de la crucifixión de Jesús. Se dice que llevó consigo el Santo Grial, ya sea como un objeto físico o como un símbolo de su linaje.

Otras leyendas también mencionan a José de Arimatea como el custodio del Santo Grial, lo que podría estar relacionado con el linaje sanguíneo real de Israel.

La relación entre María Magdalena y el Santo Grial es compleja y llena de interpretaciones.

En resumen, la leyenda del “Santo Grial” ha devino en su conjunto y, por lo tanto, como un milagroso manantial de vida.

Se dice en las historias que de él tratan, que sólo con mirar el Santo Grial recibían los hombres fuerza y vigores extraordinarios, quedando sus cuerpos sanos de todas las dolencias, recobrando la juventud y sintiéndose colmados de felicidad y de alegría.

Un ejemplo de ello, lo pudimos ver el film hollywoodense: “Indiana Jones y la última cruzada”

“En donde el héroe Indiana, elige una copa modesta y bebe de ella. El anciano caballero confirma que ha elegido correctamente: “Has elegido sabiamente. La vida eterna te pertenece”. El Grial es auténtico y tiene el poder de curar heridas y otorgar la inmortalidad.

La conclusión: Indiana Jones utiliza el Grial para curar a su padre y salvar su vida. Sin embargo, el templo comienza a colapsar, y deben escapar rápidamente.

El anciano caballero les dice que el Grial no puede salir del templo y que deben dejarlo atrás. Indiana y su padre escapan justo a tiempo mientras el templo se derrumba.

► El Grial y su significación psicoanalítica.

Permítanme también, esbozar otra interpretación, basada en el simbolismo freudiano, puesto en evidencia en su Interpretación de los sueños.

Según Freud, los sueños son una ventana importante hacia la mente inconsciente y pueden entenderse como una forma de satisfacer los deseos que no pueden cumplirse en la vida de vigilia.

Los elementos de la realidad se representan en los sueños a través de una variedad de símbolos.

—Símbolos en los Sueños:

Freud escribió extensamente sobre los sueños, especialmente en su obra “La interpretación de los sueños”.

La colección más rica de símbolos en los sueños está relacionada con la esfera de la vida sexual.

Según Freud, la mayoría de los símbolos en los sueños son de naturaleza sexual.

—Símbolos Sexuales:

Freud creía que los sueños estaban deformados por la censura del inconsciente.

Los deseos inaceptables o perturbadores se disfrazan mediante símbolos más aceptables en los sueños.

Así pues, podemos ver que el simbolismo freudiano nos invita a explorar los significados ocultos detrás de los sueños y a comprender cómo nuestros deseos y conflictos internos se manifiestan a través de símbolos en el mundo onírico

—Según lo antes expuesto, también las leyendas han sido considerados, en muchos sentidos, los sueños colectivos de la humanidad.

A través de estas narrativas, las culturas han transmitido conocimientos, valores, creencias y experiencias a lo largo de generaciones.

De igual modo, las leyendas vendrían a ser sueños compartidos de la humanidad, ya que reflejan las aspiraciones, miedos y preguntas fundamentales de las personas. Y en ese marco, son susceptibles de ser analizadas, como un sueño individual.

►Por consiguiente: soy de la impresión, que, en la leyenda del Santo Grial, aparte de las representar la búsqueda de la perfección espiritual, subyace un deseo inconsciente.

Interpretación freudiana del Grial o Santo Cáliz.

—Primero, siendo un receptáculo, el mismo puede ser tomado como una imagen del genital femenino, la vagina y el útero. Y esto se condice con las interpretaciones que lo coordinan con María Magdalena.

—Segundo, lo opuesto es lo correcto, ¿Qué significa esto?

Simple, si invertimos el cáliz, tendremos la interpretación correcta.

Volteando el cáliz, o la copa, se obtiene el simbólico fálico freudiano.

El espacio vacío del cáliz, adquiere la forma de un “pene hueco”, que hemos de entenderlo como “símbolo fálico”

—¿Qué es un símbolo fálico?

El símbolo fálico (del latín phallus y este del griego phallos) remite a los conceptos de virilidad y fecundidad ha estado presente en la cultura desde la antigüedad.

Se trata de cualquier objeto que se asemeje visualmente a un pene o cosas similares, refiriéndose, simbólicamente a la potencia, fuerza, fortaleza, poder, autoridad, dominio.

Por lo tanto, siendo este el significado latente de la imagen del Grial, y estando, como está, articulado en la leyenda a la persona de María Magdalena, el mito del Santo Grial se estaría refiriendo a la potencia, fuerza, poder y autoridad de María Magdalena, en otras palabras, al posible sacerdocio de María Magdalena.

Esto nos plantea, dos caminos: el primero, la hipótesis de que efectivamente María Magdalena, si poseía el sacerdocio. Recordemos que ella fue el primer ser humano que vio a un ser resucitado, y tal hecho la convierte de facto, en su testigo especial.

Por otra parte, los evangelios gnósticos, abundan en detalles de la cercanía y preferencia de Jesús de Nazaret por María Magdalena, demostrándonos su preeminencia.

La segunda vía del significado latente de la leyenda, es que nos estaría manifestando el deseo de la mujer, por la autoridad, el poder, y fortaleza. Afán tan antiguo como la humanidad, como el mito del jardín nos deja entrever.

Deseo siempre latente en el inconsciente femenino individual y colectivo, que, en los términos de Freud, se le distingue como “envidia del pene.”

La envidia de pene fue un concepto popularizado por Freud, que ha sido objeto de críticas, especialmente desde una perspectiva feminista.

Algunas feministas argumentan que lo que las mujeres realmente envidiaban no era el pene en sí, sino la independencia y el poder que históricamente se les negaba.

En este último sentido, la leyenda del Santo Grial, estaría pintando pues, el afán inmemorial de la mujer, por la independencia, poder y autoridad de los varones. Deseo hoy en día, muy actualizado por la ideología izquierdista y feminista.

Aplicando lo que hay que aplicar, en el ámbito religioso, el cuento del Santo Grial, su relación con María Magdalena, no sería más que el deseo de posesión de sacerdocio, [el falo espiritual], una demanda que se reclama cada vez con más ambición.

Y que, si nos sumergimos en una interpretación psicoanalítica más profunda, en su última significación ellas lo son: el falo. Sin embargo, demandan la insignia: la ordenación.

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Clinica de la homosexualidad masculina. Jacques Lacan

Clínica de la homosexualidad masculina.

Ahora hablemos de los homosexuales.

De los homosexuales, se habla. A los homosexuales, se los cuida. A los homosexuales, no se los cura. Y lo más formidable es que no se los cura a pesar de que sean perfectamente curables.

Si algo se desprende de la forma más clara de las observaciones, es que la homosexualidad masculina – la otra también, pero hoy vamos a limitarnos al macho por razones de claridad – es una inversión con respecto al objeto que se estructura en un Edipo pleno y acabado. Más exactamente, aunque realiza esta tercera etapa de la que hemos hablado hace un momento, el homosexual la modifica bastante sensiblemente. Me dirán ustedes – Ya lo sabíamos, realiza el Edipo en una forma invertida. Si con eso les basta, pueden no pasar de ahí, no los obligo a seguirme, pero considero que tenemos derecho a exigirnos algo más que decir: —Porque el Edipo está invertido.

Todavía nos queda algo que buscar en la propia estructura de lo que muestra la clínica a propósito de los homosexuales, si no podemos comprender mucho mejor cómo se sitúa exactamente la terminación del Edipo.

Hay que considerar, en primer lugar, su posición con todas sus características y, en segundo lugar, el hecho de que se aferre hasta tal extremo a dicha posición. El homosexual, en efecto, por poco que se le ofrezca un medio y cierta facilidad, se aferra muchísimo a su posición de homosexual, y sus relaciones con el objeto femenino, en vez de abolidas, están por el contrario muy profundamente estructuradas.

Creo que sólo esta forma de esquematizar el problema permite indicar a qué se debe la dificultad de conmover su posición y, más aún, por qué una vez puesta al descubierto por lo general el análisis fracasa.

Ello no se debe a una imposibilidad interna de dicha posición, sino a que son exigibles toda clase de condiciones y hay que meterse por los recovecos en los que su posición se le ha convertido en algo tan precioso y primordial.

Rasgos en el homosexual.

Primero, una relación perpetua y profunda con la madre. A la madre nos la presentan, de acuerdo con la media de los casos, como alguien que tiene en la pareja parental una función directiva, eminente, y se ha ocupado más del niño que del padre.

Segundo, se dice también, y esto es ya otra cosa, que se habría ocupado del niño de una forma muy castradora, que se habría preocupado muchísimo, con mucha minuciosidad, demasiado tiempo, de su educación. Nadie parece sospechar que todo esto no va en la misma dirección.

Tercero, hay que añadir algunos eslabones suplementarios para llegar a pensar que una intervención tan castradora pudiera producir como efecto en el niño tal sobrevaloración del objeto, en la forma general en que ésta se presenta en el homosexual, que ninguna pareja susceptible de interesarle podría estar privado de él.

La madre que le dicta la ley al padre.

Creo que la clave del problema en lo referente al homosexual es ésta – si el homosexual, con todos sus matices, concede un valor predominante al objeto pene hasta el punto de convertirlo en una característica completamente exigible a la pareja sexual, es porque, de alguna forma, la madre le dicta la ley al padre, en el sentido en que les he enseñado a distinguirlo.

Les dije que el padre intervenía en la dialéctica edípica del deseo mientras que le dicta la ley a la madre. Aquí, se trata de algo que puede revestir diversas formas y se reduce siempre a esto —es la madre quien le ha dictado la ley al padre en un momento decisivo.

Esto quiere decir, muy precisamente, que cuando la intervención interdictiva del padre hubiera debido introducir al sujeto en la fase de su relación con el objeto del deseo de la madre, y cortar de raíz para él toda posibilidad de identificarse con el falo, el sujeto encuentra por el contrario en la estructura de la madre el sostén, el refuerzo, por cuya causa esta crisis no tiene lugar.

En el momento ideal, en el tiempo dialéctico en que la madre debiera ser captada como privada del adyecto, de tal forma que el sujeto ya no supiera literalmente a qué santo encomendarse, lo que encuentra, por el contrario, es su seguridad.

Aguanta perfectamente, porque siente que la madre es la clave de la situación y no se deja ni privar ni desposeer. En otras palabras, el padre puede decir lo que le parezca, pero a ella no le da frío ni calor.

—Casuística.

Por lo tanto, esto no significa que el padre no haya entrado en juego. Freud, ya hace mucho tiempo —por favor, remítanse a Tres ensayos para una teoría sexual —dijo que no era infrecuente [y no se expresa así por casualidad], si dice no es infrecuente, no es por desidia, es porque lo ha visto frecuentemente —que una inversión esté determinada por la Supresión [Wegfall], la caída de un padre demasiado interdictor.

Ahí están los dos tiempos, a saber, está la interdicción, pero también que dicha interdicción ha fracasado, en otros términos, que es la madre quien, al final, ha dictado la ley.

Esto les explica también que, en casos muy diversos, si la marca del padre interdictor está quebrada, el resultado es exactamente el mismo. En particular, en casos en que el padre ama demasiado a la madre, en los que debido a su amor parece demasiado dependiente de la madre, el resultado es exactamente el mismo.

No les estoy diciendo que el resultado siempre sea el mismo, sino que, en ciertos casos, es el mismo. El hecho de que el padre ame demasiado a la madre puede tener un resultado distinto de una homosexualidad.

De momento, subrayo simplemente que causas distintas pueden tener un efecto común, o sea, en casos en los que el padre está demasiado enamorado de la madre, se encuentra, de hecho, en la misma posición de alguien a quien fa madre le dicta la ley.

—Casos de relación agresiva con la madre.

Hay también casos—el interés de esta perspectiva es que reúne casos distintos – en los que el padre, como lo manifiesta el sujeto, siempre permaneció como un personaje muy distante cuyos mensajes no llegaban sino a través de la madre. Pero el análisis demuestra que en realidad está lejos de estar ausente. En particular, detrás de la relación tensional con la madre, muy a menudo marcada por toda clase de acusaciones, de quejas, de manifestaciones agresivas, como se suele decir, que constituye el texto del análisis de un homosexual, se descubre, y de la forma más clara, la presencia del padre como rival, de ningún modo en el sentido del Edipo invertido, sino del Edipo normal.

En este caso, suelen conformarse con decir que la agresividad contra el padre ha sido transferida a la madre, lo cual no es del todo claro, pero al menos tiene la ventaja de ajustarse a los hechos. Lo que se trata de saber es por qué es así.

Es así porque en la posición crítica en la que el padre era efectivamente una amenaza para él, el niño encontró una solución, la consistente en la identificación representada por la homología de estos dos triángulos.

El sujeto consideró que la buena forma de aguantar era identificarse con la madre, porque la madre, por su parte, no se dejaba conmover. De manera que se encontrará en la posición de la madre, definida de esta forma.

Por otra parte, cuando se encuentra frente a una pareja que es el sustituto del personaje paterno, lo que ha de hacer, como se manifiesta frecuentemente en los fantasmas y en los sueños de los homosexuales, es desarmarlo, someterlo, e incluso, de una forma del todo clara en algunos casos, dejarlo incapaz, al personaje sustituto del padre, de lucirse delante de una mujer o mujeres.

Por otra parte, la exigencia del homosexual de encontrar en su pareja el órgano peniano corresponde precisamente a que, en la posición primitiva, la ocupada por la madre que le dicta la ley al padre, lo que es cuestionado —no resuelto, sino cuestionado-, es saber si en verdad el padre tiene o no tiene, y esto es exactamente lo que le pregunta el homosexual a su pareja, antes que ninguna otra cosa y de una forma predominante con respecto a cualquier otra cosa. Después ya veremos qué se habrá de hacer con eso, pero antes ha de mostrar que tiene.

—El amor excesivo del padre por la madre.

Incluso iré más lejos, hasta indicarles en qué consiste el valor de dependencia que representa para el niño el amor excesivo del padre por la madre. Ustedes recuerdan, espero, la fórmula que elegí para ustedes, a saber, que amar es siempre dar lo que no se tiene, no dar lo que se tiene.

No voy a repetir las razones por las cuales les di esta fórmula, pero denla por segura y tómenla como una fórmula clave, como una pequeña rampa que, con sólo tocarla, los llevará al piso correcto, aunque no entiendan nada, y es mucho mejor que no entiendan nada. Amar, es dar a alguien que tiene o no tiene lo que está en juego, pero sin lugar a dudas es dar lo que no se tiene.

Por el contrario, dar es también dar, pero es dar lo que se tiene. Ésta es toda la diferencia.

En todos los casos, si el padre se muestra verdaderamente amoroso para con la madre, se sospecha que no tiene, y así es como entra en juego el mecanismo. Vean cómo en este sentido las verdades nunca son del todo oscuras, ni ignoradas (cuando no están articuladas, al menos se presienten. No sé si se han dado ustedes cuenta de que este tema candente los psicoanalistas nunca lo abordan, aunque saber si el padre amaba a la madre sea por lo menos tan interesante como saber si la madre amaba al padre. Se suele plantear siempre la cuestión en esta dirección – el niño tuvo una madre fálica castradora y todo lo que quieran, tenía con respecto al padre una actitud autoritaria, carente de amor, de respeto, etcétera) pero es muy curioso ver que nunca destacamos la relación del padre con la madre.

No sabemos muy bien qué pensar de esto y no nos parece posible, en resumidas cuentas, decir algo demasiado normativo. Después de todo, dejamos de lado muy cuidadosamente, al menos hasta hoy, este aspecto del problema que con toda probabilidad habré de volver a considerar.

—La vagina dentada – el temido encuentro con el falo.

Otra consecuencia. Hay algo que se manifiesta también con mucha frecuencia y que no es una de las menores paradojas del análisis de los homosexuales. De entrada, parece bien paradójico, con respecto a la exigencia de un pene en la pareja, que tengan pánico de ver el órgano de la mujer, porque, nos dicen, eso les sugiere ideas de castración. Quizás sea cierto, pero no tal como se piensa, pues si algo los frena ante el órgano femenino es precisamente la suposición, en muchos casos, de que ha ingerido el falo del padre, y lo temido en la penetración es precisamente el encuentro con dicho falo.

Algunos sueños—les citaré algunos— perfectamente registrados en la literatura y que se encuentran también en mi práctica, ponen de manifiesto de la forma más clara que lo que emerge con ocasión del encuentro posible con una vagina femenina es un falo que se desarrolla y que representa algo insuperable, y frente a esto el sujeto no sólo ha de detenerse, sino que se ve invadido por toda clase de temores.

Esto le da al temor a la vagina un sentido muy distinto del que se ha considerado bajo la rúbrica de la vagina dentada, que también existe. Es la vagina dentada porque contiene el falo hostil, el falo paterno, el falo al mismo tiempo fantasmático y absorbido por la madre, cuyo verdadero poder posee ella en el órgano femenino.

Esto articula suficientemente toda la complejidad de las relaciones del homosexual. Es una situación estable, no dual de ninguna manera, una situación llena de seguridad, una situación con tres pies.

Precisamente porque siempre se ha considerado como una relación dual y nunca se entra en el laberinto de las posiciones del homosexual, por culpa del analista, la situación nunca llega a ser enteramente elucidada.

El poder del amor.

Aunque tenga las relaciones más estrechas con la madre, la situación sólo tiene su importancia en relación con el padre.

Lo que debiera ser el mensaje de la ley es todo lo contrario, y está, ingerido o no, en manos de la madre. La madre tiene la clave, pero de una forma mucho más compleja que la implicada en la noción global y tosca de que es una madre provista de falo.

Si resulta que el homosexual se ha identificado con ella, no es de ningún modo, pura y simplemente, mientras que tenga o no tenga el adyecto, sino porque está en posesión de las claves de la situación particular que prevalece a la salida del Edipo, donde lo que se juzga es saber cuál de los dos tiene a fin de cuentas el poder.  No cualquier poder, sino muy precisamente el poder del amor. 

Los vínculos complejos de la edificación del Edipo, tal como les son presentados aquí, les permiten comprender cómo la relación con el poder de la ley repercute metafóricamente en la relación con el objeto fantasmático que es el falo, como objeto con el que debe producirse en un momento dado la identificación del sujeto.

La próxima vez … les mostraré cómo, a través de los distintos avatares del mismo objeto, desde el principio, o sea, desde su función como objeto imaginario de la madre hasta el momento en que es asumido por el sujeto, podemos esbozar la clasificación general y definitiva de las diferentes formas en que interviene.

Concluiremos con la relación del sujeto con el falo, de una forma que tal vez les interesará menos directamente pero que a mí me importa mucho.

Así es, terminé mi último trimestre con lo que les planteé sobre la comedia. Cuando les dije que lo esencial de la comedia era el momento en que el sujeto consideraba todo el asunto dialéctico en mano y decía —Después de todo, todo este asunto dramático, la tragedia, los conflictos entre el padre y la madre, nada de eso vale tanto como el amor, así que ahora divirtámonos, entremos en la orgía, hagamos cesar todos esos conflictos, de cualquier forma todo esto está hecho para el hombre – , esto no se lo han acabado ustedes de tragar. Me causó mucho asombro haber sorprendido, incluso escandalizado, a algunas personas. Voy a hacerles una confidencia – eso está en Hegel.

De todas formas, voy a plantear cosas nuevas sobre el tema, algo que me parece mucho más demostrativo que todo lo que se ha podido elaborar sobre los diversos fenómenos del ingenio. Es que, por este camino, se encuentra una sorprendente confirmación de lo que estamos planteando, a saber, el carácter crucial para el sujeto y para su desarrollo de la identificación imaginaria con el falo.

Fuente: Seminario de Lacan V. Lección XI ~Los Tres Tiempos del Edipo.

 

 

 

 

 

 

 

 

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Un nuevo informe expone los orígenes inquietantes y el poder absoluto del lobby transgénero

 

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Rémi Brague, el fracaso de la modernidad

Nadie puede negar hoy día los triunfos de la modernidad. Por ejemplo, el triunfo de la ciencia moderna, «escrita en lenguaje matemático, a la hora de proponer y explicar con precisión la realidad. O el pensamiento político moderno y su práctica que ha tenido un enorme éxito a la hora de organizar las sociedades, pero además sin necesidad de la religión.

Jürgen Habermas llama a la modernidad «un proyecto inacabado «. Sin embargo, el pensador Rémi Brague (París, 8 de septiembre de 1947), es mucho más contundente y radical cuando afirma que ese proyecto, al haber dado la espalda a Dios, ha fracasado estrepitosamente.

Rémi Brague es un filósofo francés reconocido por sus estudios de filosofía antigua y medieval. Fue director del centro de investigación «Tradición del Pensamiento Clásico» y profesor emérito de Filosofía Medieval en la Sorbona de París, así como de Historia del Cristianismo Europeo en la Ludwig-Maximilians-Universität München. Es también una autoridad internacional de la cultura musulmana de todos los tiempos.

Brague afirma que ese proyecto moderno ha fracasado por su falta de legitimidad. Antes de la «modernidad» el sentido del proyecto de la vida humana estaba claro. Era un sentido que no era de creación humana, sino de un poder superior, como Dios o la Naturaleza. En la tradición cristiana, por ejemplo, la Providencia corresponde a un Dios que cuida de sus criaturas. La modernidad en cambio significa una ruptura con esa visión premoderna y la asocia ( a menudo despectivamente) con la Edad Media.

Sin embargo, esa ruptura sería en realidad una ruptura con las dos fuentes principales de la cultura occidental: la tradición bíblica que simboliza Jerusalén y la filosófica, simbolizada por Atenas. Ambas tradiciones insisten en la idea de que el ser humano surge de un fondo que no produce él mismo, sino que más bien, lo produce a él. Sin embargo, cuando la modernidad repudia estos dos orígenes, el natural y el divino, vacía por completo de contenido el proyecto humano, pues para el hombre moderno, el proyecto que él mismo traza es su propio contenido.

En lugar de ser el hombre quien recibe normas de una autoridad superior, es él mismo el que decide de dónde las recibirá, matando a Dios y creando sus propios «valores». La elección se convierte en «o Él o yo», de modo que ese tipo de humanismo se convierte en realidad en ateísmo.

La modernidad, afirma Brague, pretende así empezar desde cero y olvidar todo lo anterior. Es el fracaso del ateísmo porque no puede dotar de sentido a la autonomía del hombre moderno, ni ahora ni en el futuro, porque no sabe asegurar el progreso o la exitosa consecución del proyecto moderno.

El fracaso del ateísmo

Según Brague, el ateísmo ha fracasado porque a pesar de que en la Europa de la Cristiandad la asistencia a los oficios ha caído en picado, no ocurre lo mismo con el islam, el hinduismo o el budismo birmano. De modo que, observando la realidad actual, Nietzsche se equivocó cuando anunciaba en el siglo XIX «la muerte de Dios «. Y con su habitual ironía, Brague dice:

«Porque su siglo (el de Nietzsche), el XIX, fue extraordinariamente fecundo en nuevos dioses. Vio el nacimiento del bahaísmo y del mormonismo, sin olvidad la religión de la Humanidad de Auguste Compte. Antes de él e incluso después, podemos observar el surgimiento de divinidades por lo demás inquietantes, especialmente porque rara vez se presentan como tales: la Nación, el Progreso, la Historia, la Clase o la Raza… Vivimos como si hubiésemos acuñado la religión de la Humanidad de Compte, y poniendo sus pequeñas monedas en un pedestal tan alto que funcionan como dioses, a los que llamamos valores. Para identificar a esos dioses existe un criterio muy cómodo: ¿de qué tenemos derecho a reirnos? Porque las cosas de la religión se reconocen en ser fundamentalmente serias. Podemos burlarnos de casi todo, e incluso hay gente que convierten esa burla (casi) universal en su profesión. Pero, ¿quién osaría reírse, por ejemplo, de los ‘derechos humanos’».

Brague dice que las virtudes que antes eran referencia necesaria porque provenían de Dios, han sido sustituidas por «valores» de origen humano como nuevos «dioses». Y la idolatría de dioses nuevos como la Nación, el Progreso, la Historia, la Clase o la Raza, han exigido el sacrificio de millones de vidas humanas como es el caso de ideologías ateas o seculares como el comunismo y el nacionalsocialismo, este último fundamentando su razón de ser en una biología darwiniana.

Sobre el ateísmo moderno y, con él, el proyecto moderno en general, Brague dice:

El ateísmo «es perfectamente capaz de producir bienes, materiales, culturales y morales, y de ofrecérselos al hombre; para esto no tiene necesidad de nada más que los recursos que encuentra en sí mismo. En cambio, parece incapaz de explicar por qué es un bien que haya hombres para gozar de los bienes que él pone a su disposición «.

Es decir, el ateísmo es incapaz de explicar por qué es bueno que el hombre exista, y al emancipar al hombre de cualquier tutela o autoridad superior, lo incapacita para juzgar su propio valor como tal. Porque el ser humano necesita de un elemento exterior que le dé sentido a su propio valor como tal. En esto no puede ser juez y parte. Y sin embargo, es ese elemento exterior, Dios, el que precisamente la modernidad ha querido destruir, destruyendo así el valor del propio humano al que el ateísmo pretendía emancipar. Según Brague, esa es la «enfermedad mortal» de nuestro tiempo. El ateísmo nos ha quitado la tutela divina, pero ¿qué nos ofrece en su lugar, ¿la muerte y nada más?

El proyecto moderno afirma que el hombre no debe escuchar a ningún ser divino por encima de él. Defiende la auto-determinación del hombre. Para Brague, sin embargo, cuando oye decir «liberación sexual «, propia de los años sesenta del siglo XX, no puede evitar pensar en la «liberación» de la energía nuclear y en sus consecuencias, sean positivas o negativas.

Brague compara la libertad que se defiende en la sociedad actual como un «taxi libre». Y, ¿cómo es un taxi libre que no lleva pasaje alguno? Pues algo que da vueltas, que no va a ningún sitio determinado ni a una meta concreta, que está vacío y que puede ser asaltado por cualquiera o por cualquier cosa: las pasiones, los intereses, la costumbre, la propaganda o la publicidad. Es así como se entiende por muchos de nuestros contemporáneros la libertad. Muchos no saben exactamente por dónde van. Sin embargo, el concepto de libertad bíblico es complejo porque se toma la libertad en serio. No significa «hacer lo que me plazca «, sino usar las facultades mentales para distinguir entre lo correcto y lo incorrecto además de ofrecer esperanza. En realidad, una libertad sin dirección hacia el bien no puede ser el fundamento de valor alguno.

En la sociedad democrática prima lo presente; el pasado del cual se podría enriquecer ya no importa ni se tiene en cuenta. Hay una gran inflación de conocimiento histórico. Tampoco importa el futuro, pues ha renunciado al género literario de la utopía. Dice Brague que nuestra relación con el pasado y con el futuro es como la que decía Agustín de Hipona sobre la verdad: «aman la verdad cuando billa e ilumina; la odian cuando les gira la espalda, los acusa y reprende «. Pero para que haya una democracia fuerte es necesaria una metafísica fuerte que asegure el futuro de la humanidad. Porque el problema del hombre en la modernidad es si puede querer sobrevivir sin una estancia superior que lo afirme y lo dote de legitimidad. Como dice Brague:

«El hombre es un ser anclado en el cielo; es en lo alto donde hay que buscar lo que nos salva del naufragio «.

En sus propias palabras

«Lo que pretendo es salvaguardar las virtudes, ideas o verdades que nuestro proyecto moderno ha vuelto locas recuperando la forma premoderna de estas cosas buenas. Lo que me lleva a tomar este empeño no es el gusto por el pasado del anticuario, y mucho menos una mentalidad nostálgica o reaccionaria. Dejemos que los muertos entierren a sus muertos. No preparo este necesario retorno por una cuestión de nostalgia por el pasado, sino todo lo contrario, lo hago porque sospecho que la forma premoderna de esta ideas puede demostrarse más estable que su perversión moderna, y por tanto, más cargada de futuro, más capaz de alimentar nuestra esperanza «.

– «¿Atenas y Jerusalén? Política, filosofía y religión desde 1945», pág. 378, Tecnos.

«La corrección política es la negación de la Historia; es el intento de juzgar lo que ocurrió en el pasado a partir de nuestros criterios contemporáneos. Es caer en lo que los historiadores llaman anacronismo, porque no podemos apreciar lo que ocurrió en los siglos precedentes desde nuestra visión actual del mundo. Además, como esto no es fácil, hay una estrategia más sencilla: consiste, simplemente, en ignorar el pasado, en hacer como si jamás hubiera existido. Encuentro que esta manera de proceder es una gran estupidez; querer ignorar es la peor actitud que uno puede adoptar. Para un académico como yo, es un pecado mortal…

«Yo estoy ya jubilado, pero sí me dicen que en la universidad se ha abandonado el examen del pasado y de la historia para distinguir lo verdadero de lo falso, lo bueno de lo malo o lo bello de lo feo. Se contentan con preguntarse si en el pasado ciertas actitudes o comportamientos son conformes con lo que consideramos… no, con lo que ciertos grupos de presión, ciertas minorías de activistas, consideran que debe ser dicho y hecho…

«Si se rechazan las preguntas sobre lo verdadero, lo bueno o lo bello, llegamos a un colapso de la cultura, porque la cultura consiste precisamente en plantear estas dudas. Si se rechazan, el resultado es una especie de barbarie…

«No sé si este intento de acabar con la fuente de nuestra cultura es algo consciente. Creo -y puede que esté siendo ingenuo- que muchos de los que se suman a este movimiento no saben realmente lo que hacen. Se contentan con seguir a los que gritan más fuerte, y ya lo dice la sabiduría popular: 10.000 personas que callan hacen menos ruido que diez que chillan. Me da la impresión que dominan la cobardía y la pereza, el deseo de aullar con la manada…

«Lejos de mí la idea de convertir la Edad Media en una suerte de paraíso cronológico, pero sería bueno tener una visión más equilibrada de este periodo. En la Edad Media, la gente era tan tonta y malvada como hoy en día -no olvidemos que el mayor asesino de la Historia fue, sin duda, Tamerlán-, pero el reconocimiento de aquellos horrores no puede evitarnos encontrar en el pensamiento medieval cosas buenas que nos puedan ayudar…

«Estoy escribiendo un libro sobre la humildad, que es una virtud típicamente medieval, porque fue en aquel momento cuando muchos autores de diversas religiones escribieron que la humildad es la primera de las virtudes. Más exactamente, es la virtud que hace posibles todas las demás, porque el hombre humilde es aquel que entiende que es él quien debe obrar…

«Muchos imbéciles dicen a menudo que el cristianismo es pesimista; yo creo que, sencillamente, es lúcido: ve las cosas como son, sin hacerse ilusiones. Será pesimismo, si quieres, pero al mismo tiempo hay esperanza: la esperanza de la salvación de Cristo. A mi modo de ver, es una visión de la vida humana mucho más interesante, aunque sea algo trágica. Creo que el gran peligro para los cristianos hoy es transformarse en una ONG, que se encargue de que todo el mundo sea bueno… pero que en el fondo esté diciendo que ya lo es».

– Entrevista en La Iberia, 10 junio 2022.

Fuente: https://estebanlopezgonzalez.com/2022/09/02/remi-brague-el-fracaso-de-la-modernidad/

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Señales de que estás quemado emocionalmente.

Quemado emocionalmente

Algunas personas se agotan emocionalmente por una sobrecarga de exigencias o una acumulación de experiencias difíciles. Otros llegan quemados emocionalmente a la vida adulta, en razón a una infancia traumática.

El agotamiento psicológico es un angustioso estado que muchas personas padecen sin saberlo.

Se puede llegar a estar quemado emocionalmente pero creer que todo se debe a un trabajo no muy gratificante o a unas relaciones sociales no muy fluidas. Esto puede ser cierto, pero también es posible que esté ocurriendo todo lo contrario: es la fatiga emocional la que no permite que lo demás funcione.

Estar quemado emocionalmente significa quedarse sin fuerzas.

Ocurre cuando vives de manera mecánica, sin pensar ni sentir mucho y actuando todo el tiempo como si todo lo que te sucediera fuera impuesto. Como si tu vida no te perteneciera y eso no te importara.

En ciertos casos alguien llega quemado emocionalmente a la vida adulta. Si la familia es disfuncional, probablemente ha tenido que invertir muchas de sus energías en tratar de ubicarse y comprender un entorno adverso. Estas son algunas de las señales que te pueden ayudar a identificar si eres víctima de esa fatiga emocional.

Cansancio constante

Este cansancio se diferencia del cansancio normal en que sientes la fatiga aun teniendo suficiente tiempo de descanso. Es como si el cuerpo y la mente no quisieran trabajar. Como si lo único viable fuera tenderte en la cama y levantarte al mes siguiente. Pero, incluso si haces eso, la sensación de cansancio no se disipa.

Y es que el cansancio emocional pesa tanto o más que el cansancio físico. Cuando estás quemado emocionalmente es porque las circunstancias desbordan los recursos que tienes para asumirlas. Así mismo, una larga lista de dificultades emocionales no resueltas, dan como resultado esa sensación de peso subjetivo que te lleva a la fatiga.

Cinismo, una señal de que estás quemado emocionalmente

El cinismo moderno es esa actitud que lleva a insistir e incluso ufanarse de algo que conscientemente se está haciendo de una manera inadecuada. Algo así como: “Sí, lo estoy haciendo mal, ¿y qué?” Así mismo, ese cinismo se expresa con acciones autodestructivas y/o temerarias. Caminar tarde por un sitio peligroso, conducir a altas velocidades u otras situaciones de riesgo.

Todo esto es señal de que hay un hartazgo generalizado frente a la vida. Estás quemado emocionalmente y eso te conduce a bloquear tus sentimientos y anestesiarte. Es como si quisieras o no pudieras evitar gritarle al mundo que no te importa nada. Quizás sí te importa, pero tu energía vital está menguada y sientes que no tienes fuerza para resistirte o para intentar algo mejor.

Desapego

Este tipo de desapego se experimenta como una imposibilidad para conectarte realmente con las personas o las situaciones en las cuales te encuentras. Es como si existiera una distancia invisible que te impide crear un vínculo genuino con el mundo y con la vida.

En el marco de ese desapego puede emerger un sentimiento de soledad, que tampoco te importa demasiado. Lo asumes como un hecho dado, no como una realidad que podrías cambiar a tu favor. Es usual que te armes de frases hechas sobre la validez del egoísmo o la inutilidad de los afectos.

Sentimiento de ineficacia

Cuando alguien está quemado emocionalmente también se percibe a sí mismo como impotente o incapaz. Hace todo cuanto está en sus manos para convencerse de que ningún esfuerzo será suficiente para lograr algo. También menospreciará el logro: ¿para qué plantearse objetivos, si al final todo sigue siendo igual?

El sentimiento de ineficacia nutre esa fatiga emocional que se experimenta. Es como si para hacer cualquier cosa se requiriera de toneladas de energía, de la cual no se dispone. De este modo, todo parece lejano y difícil. Por eso una persona que está emocionalmente quemada suele optar por la pasividad.

Aburrimiento frecuente

En estos casos existe una enorme dificultad para disfrutar de lo grande y lo pequeño. Casi cualquier cosa parece aburrida, monótona o sin gracia. No hay deseos de hacer planes ni de emprender ningún proyecto. Lo que prima es la inercia. La persona simplemente se deja llevar por las circunstancias, sin oponer resistencia. Si esto no se trata, puede convertirse en anhedonia.

Si crees que estás quemado emocionalmente, debes saber que todo puede ser diferente. Es probable que necesites ayuda profesional, no porque seas víctima de algún tipo de deficiencia, sino porque alguien externo puede detectar y ayudarte a abordar asuntos que pueden pasar inadvertidos para ti.

En un estado así debes darle prioridad a tu bienestar. Nada es más importante que tú mismo. Puedes sorprenderte al comprobar que, si emprendes un proceso de transformación, los resultados pueden comenzar a verse rápidamente. Más que un gran acopio de fuerzas para desbloquear tus emociones, lo que necesitas simplemente es tomar la decisión de elegir un nuevo camino.

Fuente: https://lamenteesmaravillosa.com/senales-de-que-estas-quemado-emocionalmente/

 

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Hay dos sexos: ensayos de feminología- Antoniette Fouque

Hay dos sexos: ensayos de feminología – Antoinette Fouque

Fouque dijo que ella «detestó» la misma palabra feminista y ridiculizó a Simone de Beauvoir por haber pronunciado «la frase más estúpida de la historia» cuando dijo: «Uno no nace mujer. Uno se convierte en mujer. ”

Fascinada por la psicología y el pensamiento estructuralista, la propia Fouque se sometió a análisis con el legendario Jacques Lacan. Ella era amiga de algunas de las figuras literarias más elevadas de Francia, incluyendo a los filósofos Jacques Derrida y Alain Touraine, la dramaturga Helene Cixous, la diseñadora Sonia Rykiel y la controvertida ministra de justicia femenina de Francia Christiane Taubira, quien proviene de la Guyana Francesa.

“Cuando era una niña muy joven soñaba con cambiar la vida de las mujeres y su destino, entre 1965 y 1969 cruzó el de movimientos político-literarios vanguardistas donde florecieron todas las formas de rebelión contra las rígidas normas sociales.

Ella estaba a favor de una lectura post-freudiana de la pregunta sexual que fue mal vista por el grupo pro-Beauvoir, esencialmente hostil al psicoanálisis», dijo Elisabeth Roudinesco.

Antoinette Fouque cofundó el Movimiento de Liberación de las Femmes (MLF) en Francia en 1968 y encabezó su célebre Psychanalyse et Politique, un grupo de investigación que informó al corazón cultural e intelectual del feminismo francés.

En lugar de rechazar los descubrimientos de Freud bajo el pretexto de su falocentrismo, Fouque buscó enriquecer su pensamiento definiendo más claramente la diferencia entre los sexos y afirmando la existencia de una libido femenina.

Al reconocer la contribución de la mujer a la humanidad, Fouque esperaba que la «envidia utero», que veía como la principal de la misoginia, podría finalmente dar paso a la gratitud y al asociar la procreación con la liberación de las mujeres avanzó el objetivo de una base de paridad sociedad en la que hombres y mujeres podrían escribir un nuevo contrato humano.

Los ensayos, conferencias y diálogos en este volumen finalmente permiten a los lectores de habla inglesa acceder a la amplitud de la creatividad y activismo de Fouque. Conmovedor en temas de historia y biografía, política y psicoanálisis, Fouque narra sus experiencias dirigiendo la primera editorial de mujeres en Europa; apoyando a mujeres bajo amenaza, como Aung San Suu Kyi, Taslima Nasrin, y Nawal El Saad Aoui; y como diputado en el Parlamento Europeo.

Sus exploraciones teóricas discuten el desarrollo continuo de la feminología, un campo que ella inició, y, mientras ella celebra el progreso que las mujeres han hecho en las últimas cuatro décadas, también advierte contra las tendencias de contraliberación: la feminiza La pobreza, la persistencia de la violencia sexual y el ascenso del fundamentalismo religioso.

ACERCA DEL AUTOR

Antoinette Fouque

Antoinette Fouque (1936–2014) fue una psicoanalista y directora de investigación en la Universidad de París VIII.

Antoinette Fouque practicó como psicoanalista a partir de 1971, pero sus credenciales no estaban claramente definidas. Entre 1969 y 1975, Fouque se sometió a un psicoanálisis con Lacan, dijo que esto la ayudó a «no ceder ante la ilusión feminista. Me hizo evitar la idea de que una mujer solo puede ser un hombre fracasado. Me permitió criticar a Sartre y Beauvoir”.

Durante ese mismo período, Fouque también se sometió a un psicoanálisis con Luce Irigaray. En 1974, Fouque se reunió con Serge Leclaire y discutió sobre someterse a análisis con él, pero el análisis no tuvo lugar. Leclaire se hizo amigo de Fouque, y trabajó con su grupo Psychanalyse et Politique.

Entre 1978 y 1982, Fouque se sometió a un psicoanálisis con Bela Grunberger. Fouque declaró que encontró a Grunberger misógino.

En 1977, Serge Leclaire, quien considera que el movimiento MLF liderado por Antoinette Fouque, Psicoanálisis y Política, revive el movimiento psicoanalítico introduciendo «el cuerpo y la otra», propuso a Lacan para realizar un seminario dentro del marco de la Escuela Freudiana de París con Antonieta Fouque, pero Lacan se negó Haz esto.

Antoinette Fouque propuso la existencia de una libido específicamente femenina «ubicada en una etapa genital post-fálica», de tipo oral-genital: una «libido uterina» o «libido femenino».

Fouque creía que, en la raíz de la misoginia, existe la envidia primordial de la capacidad procreativa de la mujer, a la que ella llama «la envidia del útero», más poderosa que la «envidia del pene» conceptualizada por Freud sobre las chicas.

Según la psicoanalista Martine Ménès, Lacan estaba interesado en los debates del MLF pero rechazó la noción de libido de Fouque.

Antoinette Fouque se opuso a la idea de que las mujeres son hombres inconclusos, lo que consideraba la fuente de la misoginia, induciendo «en todos los campos, la violencia real y simbólica infligida a las mujeres».

Además, sostuvo que la producción de seres vivos era «una contribución fundamental de las mujeres a la humanidad»

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La forclusión del Nombre del Padre. Clase 8 Seminario 5. Jacques Lacan

La tipografía del inconsciente. El Otro en el Otro. La psicosis entre código y mensaje. Triangulo simbólico y triangulo imaginario.

La forclusión del Nombre del Padre.

 

Han de percibir ustedes una especie de constancia en lo que les enseño. Esta constancia es que considero fundamental, para comprender lo que hay en Freud, advertir la importancia del lenguaje y de la palabra. Esto ya lo dijimos de entrada, pero cuanto más nos acercamos a nuestro objeto, mas nos percatamos de la importancia del significante en la economía del deseo, digamos en la formación y en la información del significado.

Bateson y el doblevinculo.

El Sr. Bateson, antropólogo y etnógrafo… trata de situar y de formular el principio de la génesis del trastorno psicótico en algo que se establece en la relación entre la madre y el niño, y que no es simplemente un efecto elemental de frustración, de tensión, de retención y de distensión, de satisfacción, como si la relación interhumana se produjera en el extremo de una goma elástica.

Bateson introduce desde el principio la noción de la comunicación en cuanto centrada, no simplemente en un contacto. una relación, un entorno, sino en una significación.

He aquí qué pone en el principio de lo que se ha producido originariamente como discordante, desgarrador, en las relaciones del niño con la madre. Lo que designa como elemento discordante de esta relación es el hecho de que la comunicación se haya presentado en forma de double bind, de doble vinculo.

En el mensaje en que el niño ha descifrado el comportamiento de su madre hay dos elementos. Éstos no están definidos el uno con respecto al otro, en el sentido en que uno se presente como la defensa del sujeto con respecto a lo que quiere decir el otro, …

Se trata de algo que concierne al Otro, y el sujeto lo recibe de tal forma que, si responde en un punto, sabe que, por este mismo motivo, se encontrará acorralado en el otro punto. Por ejemplo, si respondo a la declaración de amor de mi madre, provoco su retirada, y si no la escucho, es decir si no le respondo, la pierdo.

Estarnos. pues, metidos en una verdadera dialéctica del doble sentido, porque éste implica ya un elemento tercero. No son dos sentidos uno detrás de otro. con un sentido que esté más allá del primero y tenga el privilegio de ser el más auténtico de los dos,

Hay dos mensajes simultáneos en la misma emisión, por decirlo así, de significación, lo cual crea en el sujeto una posición tal que se encuentra en un callejón sin salida.

Hasta ahora, cuando ustedes leen a Bateson. ven que en suma todo está centrado en el doble mensaje, sin duda, pero en el doble mensaje como doble significación. De esto precisamente peca el sistema. Porque esta concepción ignora lo que el significante tiene de constituyente en la significación.

La falta de la palabra verdadera [Dra. Gisela Pankow]

[Por otra parte] la Sra. Gisela Pankow afirma sobre la psicosis, que está se reduce más o menos a lo siguiente —Falta, decía ella, la palabra que fundaría la palabra en cuanto acto. De entre las palabras, ha de haber una que funde la palabra en cuanto acto en el sujeto. Esto está claramente en la misma vía de lo que ahora estoy abordando.

Al subrayar el hecho de que en alguna parte en la palabra ha de haber algo que funde la palabra como verdadera; la Sra. Pankow manifiesta una exigencia de estabilización de todo el sistema.

Con este fin. ella ha recurrido a la perspectiva de la personalidad, lo cual al menos tiene el mérito de ser un testimonio de la insuficiencja de un sistema que nos deja en la incertidumbre y no nos permite una deducción ni una construcción suficientes.

Déficit de significaciones.

No creo de ningún modo que sea sí como pueda formularse. Esta referencia personalista, sólo la creo psicológicamente fundada en el sentido siguiente: que no podemos dejar de tener la sensación y el presentimiento de que las significaciones crean ese callejón sin salida que supuestamente el desconcierto profundo del sujeto cuando es un esquizofrénico.

La Falta del significante en las psicosis.

Pero tampoco podemos dejar de tener la sensación y el presentimiento de que debe de haber algo en el origen de este déficit, y no tan sólo la experiencia impresa de los callejones sin salida de las significaciones, sino la falta de algo que funda la propia significación y que es el significante – y algo más, lo que voy a abordar hoy, precisamente.

No se trata de algo que se plantee simplemente como personalidad, lo que funda la palabra como acto, es algo que se plantea como dando autoridad a la ley.

Nosotros aquí llamamos ley a lo que se articula propiamente en el nivel del significante, es decir, el texto de la ley.

No es lo mismo decir que ha de haber ahí una persona para sostener la autenticidad de la palabra, que decir que algo autoriza el texto de la ley.

Así es, a lo que autoriza el texto de la ley le basta con estar, por su parte, en el nivel del significante. Es lo que yo llamo el Nombre del Padre, es decir el padre simbólico.

Es un término que subiste en el nivel del significante, que, en el Otro, mientras sede de la ley, representa al Otro. Es el significante que apoya a la ley, que promulga la ley. Es el Otro en el Otro.

Esto mismo expresa. Precisamente, aquel mito necesario para el pensamiento de Freud que es el mito de Edipo. Obsérvenlo con más atención.

Si es necesario que él mismo proporcione el origen de la ley bajo esta forma mítica, si hay algo que hace que la ley esté fundada en el padre, es necesario el asesinato del padre. Las dos cosas están estrechamente vinculadas – el padre como quien promulga la ley es el padre muerto, es decir, el símbolo del padre. El padre muerto es el Nombre del Padre, que se construye a partir del contenido.

Eso es del todo esencial. Voy a recordarles por que

¿En torno a qué centré todo lo que les enseñé hace dos años sobre la psicosis?

En torno a lo que llamé el rechazo [la Verwerfung]. Traté a hacérsela percibir como distinta de la represión [Verdrangung], es decir, distinta del hecho de que la cadena significante siga desplegándose y ordenándose en el Otro, lo sepas tú o no lo sepas, y ése es esencialmente el descubrimiento freudiano.

El rechazo [la Verwerfung] les dije, no es simplemente lo que está más allá de nuestro acceso, es decir está en el Otro como reprimido mientras significante. Esto es desplazamiento [la Verdrangung] y es la cadena significante. Lo demuestra que continúe actuando sin que tú le des la menor significación, que determine la más mínima significación sin que tú la conozcas como cadena significante.

[En la psicosis] esta lo descartado [la Verworfen]. Puede haber en la cadena de los significantes un significante o una letra que falte, que siempre falte en la tipografía.

El espacio del significante, el espacio del inconsciente, es en efecto un espacio tipográfico, que es preciso tratar de definir como constituido de acuerdo con líneas y pequeñas casillas, y según leyes topológicas. En una cadena de los significantes, algo puede faltar.

Han de comprender ustedes la importancia de la falta de este significante particular del que acabo de hablarles, el Nombre del Padre, dado que funda el hecho mismo de que haya ley, es decir, articulación en un cierto orden del significante – complejo de Edipo, o la ley del Edipo, o ley de prohibición de la madre. Es el significante que significa que en el interior de este significante, el significante existe.

Es esto, el Nombre del Padre. Como ustedes ven, es, en el interior del Otro, un significante esencial, alrededor del cual traté de centrarles lo que ocurre en la psicosis. A saber, que el sujeto ha de suplir la falta de este significante que es el Nombre del Padre. Todo lo que llamé la reacción en cadena, o la desbandada, que se produce en la psicosis, se ordena en torno a esto.

¿Qué he de hacer ahora?

He de mostrarles primero, de forma todavía más precisa, en detalle, cómo articular lo que acabo de indicarles en el esquema de este año.

Fue construido, … para presentarles lo que ocurre en un nivel que merece el nombre de técnico, la técnica del chiste.

El chiste, a veces, no es sino el reverso de un lapsus, y la experiencia muestra que muchos chistes nacen de esta forma —a posteriori uno se da cuenta de que ha sido agudo, pero la agudeza ya se ha ido ella sola.

En el chiste, con la satisfacción que de él resulta y que es particular, … se trata de encontrar cómo concebir el origen de la satisfacción especial que proporciona. Esto nos hace remontarnos nada menos que a la dialéctica de la demanda a partir del ego.

Dialéctica de la demanda.

El esquema del momento simbólico ideal primordial.

Recuerden de lo que podría llamar el esquema del momento simbólico ideal primordial, que es del todo inexistente.

—El momento de la demanda satisfecha está representado por la simultaneidad de la intención, que va a manifestarse como mensaje, y la llegada del propio mensaje al Otro. El significante —de él se trata, pues esta cadena es la cadena significante— llega al Otro.

La perfecta identidad, simultaneidad, superposición exacta, entre la manifestación de la intención, que es la intención del ego, y el hecho de que el significante en [su esencia○3 es

admitido en el Otro, está en el principio de la posibilidad misma de la satisfacción de la palabra.

Si este momento que llamo el momento primordial ideal existe, debe de estar constituido por la simultaneidad, la coextensividad exacta del deseo mientras que se manifiesta y el significante entretanto que es su portador y lo soporta.

Si este momento existe, la continuación, es decir lo que viene tras el mensaje cuando éste pasa al Otro, se realiza a la vez en el Otro y en el sujeto, y corresponde a lo que es necesario para que haya satisfacción. Éste es precisamente el punto de partida necesario para que comprendan que eso nunca sucede.

O sea, por la naturaleza del efecto del significante, lo que llega aquí, a M, se presenta como significado, es decir, como algo hecho de la transformación, de la refracción [cambio de ángulo] debido a su paso por el significante.

El deseo cruza la línea significante, y en su entrecruzamiento con la línea significante, ¿con qué se encuentra? Se encuentra con el Otro.

Enseguida veremos, porque será preciso volver a este punto, qué es ese Otro en el esquema.

Se encuentra con el Otro, no les he dicho como una persona, se lo encuentra como tesoro del significante, como sede del código. Ahí es donde se produce la refracción [cambio de ángulo] del deseo por el significante. El deseo llega, pues, como significado distinto de lo que era al comienzo

[Eres tú mismo el traicionado porque tu deseo se acuesta con el significante. No sé cómo tendría que articular mejor las cosas para que entiendan]

Toda la significación del esquema es hacerles visualizar el concepto de que el paso del deseo —como emanación, incursión del ego radical— a través de la cadena del significante, introduce de por sí un cambio esencial en la dialéctica del deseo.

Está muy claro que, en lo que a la satisfacción del deseo se refiere, todo depende de lo que ocurre en este punto A, definido de entrada como lugar del código y que, ya de por sí, desde el origen, por el solo hecho de su estructura de significante, produce una modificación esencial en el deseo en su franqueamiento de significante.

Aquí está implicado todo el resto, porque no está solamente el código, también hay algo más. Me sitúo aquí en el nivel más radical, aunque, por supuesto, está la ley, están las prohibiciones, está el superyó, etcétera.

Pero para comprender cómo están edificados estos diversos niveles es preciso comprender que, ya en el nivel más radical, tan pronto le hablas a alguien hay un Otro, otro Otro en él como sujeto del código, y que nos encontramos ya sometidos a la dialéctica de encornudamiento1 del deseo. Así, todo depende, tal como se comprueba, de lo que ocurre en este punto de cruce, A, en este franqueamiento.

Se comprueba que toda satisfacción posible del deseo humano dependerá de la conformidad entre el sistema significante mientras articulado en la palabra del sujeto y, … el sistema del significante en cuanto basado en el código, es decir en el Otro como lugar y sede del código.

La cuestión del Nombre del Padre.

Aquí es donde vamos a abordar la articulación que quiero plantearles entre este esquema y lo que hace un momento les anuncié como esencial en relación con la cuestión del Nombre del Padre.

¿Qué nos aporta la técnica del chiste en la experiencia? Es lo que he tratado de hacerles percibir.

En el chiste consiste en que en el Otro ocurre algo que simboliza lo que podríamos llamar la condición necesaria para toda satisfacción. A saber, que se te escucha más allá de lo que dices. Así es, en ningún caso lo que dices puede verdaderamente hacer que se te oiga.

La agudeza se desarrolla propiamente en la dimensión de la metáfora, es decir más allá del significante mientras que con él tratas de significar algo y, a pesar de todo, siempre significas otra cosa.

Precisamente en lo que se presenta como un traspié del significante es donde hallas satisfacción, simplemente porque mediante esta señal el Otro reconoce aquella dimensión, más allá, en la cual se ha de significar lo que está en juego y tú no puedes significar. Esta dimensión es la que nos revelará la agudeza.

Este esquema se basa, pues, en la experiencia. Nos hemos visto en la necesidad de construirlo para explicar lo que ocurre en la agudeza.

Lo que en ella remedia, hasta el punto de proporcionarnos una especie de felicidad, el fracaso de la comunicación del deseo por la vía del significante, se realiza de la forma siguiente – el Otro admite un mensaje como impedido, fracasado, y en este mismo fracaso reconoce la dimensión más allá donde se sitúa el verdadero deseo, es decir, aquello que debido al significante no llega a ser significado.

Como ustedes ven, aquí la dimensión del Otro se amplía por poco que sea. Y, en efecto, ya no es sólo la sede del código, sino que interviene como sujeto, admitiendo un mensaje en el código y complicándolo.

O sea que ya está en el nivel de quien constituye la ley propiamente dicha, pues es capaz de añadir esta ocurrencia, este mensaje, como suplementario, es decir como algo que designa, por sí mismo, el más allá del mensaje.

Por esta razón este año, cuando se trataba de las formaciones del inconsciente, empecé hablándoles de la agudeza.

Por esa razón, cuando se trataba de las formaciones del inconsciente, empecé hablándoles de la agudeza.

Ahora tratemos de examinar detenidamente —y en una situación menos excepcional que la de la agudeza —este Otro, pues en su dimensión tratamos de descubrir la necesidad de aquel significante que funda el significante, como significante que instaura la legitimidad de la ley o del código. Volvamos, pues, a nuestra dialéctica del deseo.

El significante que funda el significante.

Por esta razón este año, cuando se trataba de las formaciones del inconsciente, empecé hablándoles de la agudeza. Ahora tratemos de examinar detenidamente – y en una situación menos excepcional que la de la agudeza – este Otro, pues en su dimensión tratamos de descubrir la necesidad de aquel significante que funda el significante, como significante que instaura la legitimidad de la ley o del código. Volvamos, pues, a nuestra dialéctica del deseo.

Cuando nos dirigimos al otro, no vamos a expresarnos constantemente por medio de la agudeza. Si pudiéramos hacerlo, en cierto modo seríamos más felices.

la llamada al Otro.

En el terreno prosaico de lo que ocurre cuando [nos] dirigimos al otro, hay una palabra que nos permite darle un fundamento de la forma más elemental, … Es la palabra Tú.

Este es completamente esencial en lo que he llamado en diversas ocasiones la palabra plena, la palabra fundadora en la historia del sujeto, el Tú eres mi maestro, o Tú eres mi mujer. Este es el significante de la llamada al Otro.

En la cadena de mis seminarios sobre las psicosis, [yo, ya hice] uso de él [], en la demostración a la que traté de dar vida ante ustedes de la distancia entre Tú eres quien me seguirás, con una s, y Tú eres quien me seguirá.

La invocación.

Hay en estas dos frases, con sus diferencias, una llamada. Más en una que en la otra, incluso totalmente en una y nada de ningún modo en la otra.

En el Tú eres quien me seguirás, hay algo que no está en el Tú eres quien me seguirá, y es lo que se llama invocación.

Si digo: Tú eres quien me seguirás, te invoco, te otorgo ser aquel que me seguía, suscito en ti el que dice: Soy tuyo, me consagro a ti, yo soy quien te seguirá.

Pero si digo: Tú eres quien me seguirá, no hago nada parecido, sino que anunció, constato, objetivo e incluso, a veces, rechazo. Puede significar: —Tú eres el que me seguirá siempre, y estoy hasta coronilla. En la forma más ordinaria y más consecuente en que esta frase es pronunciada, se trata de un rechazo.

—La invocación, por supuesto, exige una dimensión muy distinta, es decir, que yo haga depender mi deseo de tu ser, en el sentido de que te llamó a entrar en la vía de este deseo, cualquiera que pueda ser, de una forma incondicional.

Es el proceso de la invocación. Esta palabra significa que apelo a la voz, es decir, al soporte de la palabra. No a la palabra sino al sujeto mientras él la sostiene, y por eso aquí me encuentro en el nivel… personalista.

En el registro personalista, el Sr. Martin Buber, es un nombre prominente. [Su propuesta filosófica es conocida como filosofía del dialogo, filosofía del yo -tú o filosofía personalista.

Por supuesto, hay ahí un nivel fenomenológico esencial, y no podemos evitar pasar por él. Tampoco hay que ceder a sus espejismos, o sea, prosternarse. La actitud personalista – es el peligro que encontramos en este nivel – desemboca de bastante buena gana en la prosternación mística… No le negamos a nadie ninguna actitud, tan solo reclamamos el derecho a comprender tales actitudes, … el personalismo no nos lo niega, pero sí nos lo niega el cientifismo.

Lo inefable.

En otras palabras, en lo que al sujeto se refiere, aunque sea delirante o místico, no se debe hablar de inefable.

En el nivel de la estructura subjetiva estamos en presencia de algo que sólo puede presentarse como se presenta, y que se presenta, pues, en consecuencia, con su entero valor en su nivel de credibilidad.

Si hay algo inefable, ya sea en el delirante, ya sea en el místico, por definición no habla de ello, porque es inefable. Entonces, no hemos de juzgar lo que articula, a saber, sus palabras, a partir de aquello de lo que no puede hablar. Si bien se puede suponer que haya algo inefable, y de buen grado lo suponemos, nunca nos negamos a captar lo que se demuestra como estructura, en una palabra, sea cual sea, con el pretexto de que hay algo inefable. Como ahí podemos extraviarnos, entonces renunciamos.

Pero si no nos perdemos por ahí, el orden que esta palabra demuestra y revela se debe tomar tal como es.

En general nos percatamos de que es infinitamente más fecundo tomarla así y tratar de articular el orden que plantea, a condición de tener puntos de referencia adecuados, y en esto es en lo que aquí nos esforzamos. Si partiéramos de la idea de que la palabra está hecha esencialmente para representar el significado, enseguida nos extraviaríamos, porque sería volver a caer en las oposiciones de antes, o sea que el significado no lo conocemos.

La cuestión de (continuación)

El Tú en cuestión es aquel a quien invocamos.

Mediante la invocación, sin duda, la impenetrabilidad personal subjetiva resultará concernida, [tiene que ver, está interesada] pero no es en este nivel donde tratamos de alcanzarla.

¿Qué es lo que está en juego en toda invocación?

La palabra invocación tiene un sentido histórico. Es lo que se producía mediante cierta ceremonia que los antiguos, no más sensatos que nosotros en algunas cosas, practicaban antes del combate. Esta ceremonia consistía en hacer lo necesario —probablemente ellos lo sabían— para poner de su parte a los dioses de los otros.

Esto exactamente quiere decir la palabra invocación, y en esto reside la relación esencial a la que los conduzco ahora, en esta segunda etapa, la de la llamada, necesaria para que el deseo y la demanda sean satisfechos.

No basta simplemente con decirle al Otro tú, tú, tú y obtener una participación de lo que palpita. Se trata de darle la misma voz que nosotros deseamos que tenga, de evocar aquella voz, presente precisamente en la agudeza como su dimensión propia.

La agudeza es una provocación que no logra la gran proeza, que no alcanza el gran milagro de la invocación. Es en el nivel de la palabra, y mientras que se trata de que esa voz se articule conformemente a nuestro deseo, donde la invocación se sitúa.

La satisfacción depende del Otro.

Aquí volvemos a encontrarnos con que toda satisfacción de la demanda, como depende del Otro, quedará pendiente de lo que se produce aquí, en este vaivén giratorio del mensaje al código y del código al mensaje, que permite que mi mensaje sea autentificado por el Otro en el código. Volvemos al punto anterior, es decir, a lo que constituye la esencia del interés que entre todos le concedemos este año a la agudeza.

Si hubieran tenido este esquema, … en el momento del seminario sobre las psicosis, … hubieran podido representarse aquí encima lo que le ocurre esencialmente al Presidente Schreber cuando se ha convertido en la víctima, en el sujeto completamente dependiente de sus voces.

Observen atentamente el esquema que está detrás de mí y supongan simplemente que esté lo rechazado [verwoifen] todo lo que, de cualquier forma, pueda corresponder en el Otro a ese nivel que llamo el del Nombre del Padre, el cual encarna, especifica, particulariza, lo que acabo de explicarles, a saber, representar en el Otro al Otro mientras que le da su peso a la ley.

Pues bien, si suponen ustedes el rechazo [la Verweifung] del Nombre del Padre, a saber, que este significante está ausente, verán ustedes que los dos vínculos que he enmarcado aquí, a saber, la ida y vuelta del mensaje al código y del código al mensaje, resultan de esta manera destruidos e imposibles.

Esto les permite trasladar a este esquema los dos tipos fundamentales de fenómenos de voces que experimenta el Presidente Schreber en sustitución de este defecto, de esta falta.

Viraje que precipita al sujeto en la psicosis.

Precisaré que si este hueco o este vacío aparece es porque ha sido evocado al menos una vez el Nombre del Padre —porque lo que ha sido llamado en un momento dado en el nivel del era precisamente el Nombre del Padre, mientras que es capaz de admitir el mensaje y, por este motivo, garante de que la ley se presente como autónoma. Éste es el punto del vuelco, del viraje, que precipita al sujeto en la psicosis, y dejo de lado por ahora cómo, en qué momento y por qué.

En Schreber, ¿cuál es el resultado de la exclusión de los vínculos entre el mensaje y el Otro?

El resultado se presenta en forma de dos grandes categorías de voces y de alucinaciones.

—Primero, está la emisión, en el Otro, de los significantes de lo que se presenta como la lengua fundamental. Son elementos originales del código, articulables unos con respecto a los otros, pues esta lengua fundamental está tan bien organizada que cubre literalmente el mundo con su red de significantes, sin que haya ninguna otra cosa segura y cierta salvo que se trata de la significación esencial, total. Cada una de estas palabras tiene su propio peso, su acento, su empuje de significante.

El sujeto las articula unas con respecto a otras. Cada vez que quedan aisladas, la dimensión propiamente enigmática de la significación, al ser infinitamente menos evidente que la certeza que incluye, resulta del todo asombrosa. En otros términos, el Otro sólo emite aquí, por así decirlo, más allá del código, sin ninguna posibilidad de integrar en él lo que pueda venir del lugar donde el sujeto articula el mensaje.

—Segundo, por otra parte, con sólo que restituyan ustedes aquí las flechitas, vienen mensajes. No quedan de ningún modo autentificados por el retomo desde el Otro, en cuanto soporte del código, hasta el mensaje, ni integrados en el código con una intención cualquiera, sino que vienen del Otro como cualquier otro mensaje, pues un mensaje sólo puede partir del Otro, porque está hecho de una lengua que es la del Otro —incluso cuando se origina en nosotros mismos imitando a otro. Estos mensajes partirán, pues, del Otro, y saldrán de este punto para articularse en declaraciones como —Y ahora quiero darle… En especial, quiero esto para mí… Y ahora, eso debe, sin embargo…

¿Qué es lo que falta?

El pensamiento principal se expresa en la lengua fundamental. Las propias voces, que conocen toda la teoría, dicen igualmente —Nos falta reflexión.

Esto significa que del Otro parten, en efecto, mensajes de la otra categoría de mensajes. Es un tipo de mensajes que no es posible admitir como tales.

El mensaje se manifiesta aquí en la dimensión pura y quebrada del significante, como algo que sólo más allá de sí mismo tiene su significación, algo que, por el hecho de no poder participar en la autentificación mediante el , se manifiesta como si su único objeto fuese presentar como ausente la posición del donde la significación se autentifica.

Por supuesto, el sujeto se esfuerza por completar esta significación, aporta por lo tanto los complementos de sus frases —Ahora no quiero, dicen las voces, pero en otra parte se dice que él, Schreber, no puede confesar que es una… El mensaje queda interrumpido aquí porque no puede pasar por la vía del , sólo puede llegar al punto gamma como mensaje interrumpido.

La dimensión del Otro

Creo haberles indicado suficientemente que la dimensión del Otro, al ser el lugar del depósito, el tesoro del significante, supone, para que pueda ejercer plenamente su función de Otro, que también tenga el significante del Otro en cuanto Otro.

El Otro tiene, él también, más allá de él, a este Otro capaz de dar fundamento a la ley. Es una dimensión que, por supuesto, pertenece igualmente al orden del significante y se encarna en personas que soportarán esta autoridad. Que, dado el caso, esas personas falten, que haya por ejemplo carencia paterna en el sentido de que el padre es demasiado tonto, eso no es lo esencial. Lo esencial es que el sujeto, por el procedimiento que sea, haya adquirido la dimensión del Nombre del Padre.

Por supuesto, lo que ocurre efectivamente, y pueden advertirlo en las biografías, es que a menudo el padre lava los platos en la cocina con el delantal de su mujer. Con eso no es suficiente para determinar una esquizofrenia.

Introducción de la distinción entre El Nombre del Padre y el padrea real.

Ahora voy a poner en la pizarra el pequeño esquema con el cual voy a introducir lo que les diré la próxima vez, y que nos permitirá establecer lo delicado de la distinción, … entre el Nombre del Padre y el padre real.

Voy a introducir, pues, lo que será el objeto de mi lección del próximo día, lo que desde hoy titulo la metáfora paterna.

En el acto, el famoso acto de la palabra, … donde se realizará concretamente, psicológicamente, la invocación de la que hablaba hace un instante es en la dimensión que llamamos metafórica.

En otros términos, el Nombre del Padre hay que tenerlo, pero también hay que saber servirse de él. De esto pueden depender mucho el destino y resultado de todo este asunto.

Hay palabras reales que se producen alrededor del sujeto, especialmente en su infancia, pero la esencia de la metáfora paterna, que hoy les anuncio y que comentaremos más extensamente la próxima vez, consiste en el triángulo siguiente —Tenemos, por otra parte, este esquema

Todo lo que se realiza en S, sujeto, depende de los significantes que se colocan en A.

A, si es verdaderamente el lugar del significante, ha de ser él mismo portador de algún reflejo de aquel significante esencial que les represento aquí en este zigzag, que en otro lugar llamo, en mi artículo sobre «La carta robada», el esquema L

Tres de estos cuatro puntos cardinales vienen dados por los tres términos subjetivos del complejo de Edipo, en cuanto significantes, que encontramos en cada vértice del triángulo. Volveré a hablar de ello la próxima vez, pero de momento les ruego que admitan lo que les digo, como para abrirles el apetito.

El cuarto término es S. Éste es, así es … inefablemente estúpido, porque no posee su significante. Está fuera de los tres vértices del triangulo edípico, y depende de lo que ocurra en ese juego.

Desde este punto inconstituido donde se encuentra, va a tener que participar …  con sus imágenes, su estructura imaginaria y todo lo que de ello se deriva. Por eso el cuarto término, S, se representará en algo imaginario que se opone al significante del Edipo y que ha de ser también, para que case, ternario.

Con respecto a lo que nos interesa, o sea, la dialéctica intersubjetiva, hay tres imágenes seleccionadas….  [Articulado a esto] hay algo en cierto modo completamente dispuesto, … homologo a la base del triangulo madre-padre-niño, es la relación del cuerpo despedazado, y al mismo tiempo envuelto en buen número de esas imágenes de las que hablábamos, con la función unificante de la imagen total del cuerpo.

Dicho de otra manera, la relación del yo con la imagen especular nos da ya la base del triángulo imaginario, indicado aquí en línea de puntos.

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El psicoanálisis del abuso parental narcisista. —Mawr Gorshim

El abusador parental narcisista

Mawr Gorshim, nacido en Canada en 1969, vive en Taiwan desde 1996. Profesor y escritor. Es autor de libros de un género ficcional.

Gorshim sin embargo, aborda en esta entrada de su blog, un tema en lo absoluto ficcional, trata de una acuciante problemática psicosocial, es decir, la cuestión del abuso parental narcisista.

Empleando como herramienta conceptos básico del psicoanálisis, expone el tipo de personalidad fundamento que subyace en el abuso parental y las relaciones toxicas.

Referencias personales intercaladas en su exposición nos sugieren, de una sufrida vivencia particular en su infancia de esta problemática. Resume su explicación en un cuadro con la figura mística del Ouroboros.

[NOTA: lea el segundo y tercer párrafo de esta publicación antes de continuar. Importante, ¡no dejes de leerlos!]

I: Introducción/Freud

Las ideas del psicoanálisis tienen mucho que ofrecer para cultivar una comprensión del narcisismo. De hecho, el propio Freud inició la investigación moderna sobre el narcisismo con su artículo “Sobre el narcisismo” (1914), en el que distinguía entre el amor propio infantil del narcisismo (ego-libido / narcisismo primario), por un lado, y amor de objeto (es decir, amor de otras personas-objeto- libido), por el otro. En su opinión, cuando la transición entre el narcisismo primario y secundario (cuando la libido objetal se retira para volver a la libido yoica) está plagada de problemas, el narcisismo se vuelve patológico en la edad adulta.

Mi principal preocupación aquí es cómo las ideas psicoanalíticas pueden ayudarnos a comprender cómo y por qué ocurre el abuso familiar narcisista. Necesitamos examinar no solo cómo y por qué el padre narcisista causa el abuso, sino también cómo el padre desarrolla rasgos patológicamente narcisistas.

También debemos examinar cómo reaccionan los hijos e hijas ante el narcisismo de los padres, ya sea cediendo/uniéndose al abuso, o rebelándose contra/siendo victimizados por él.

¿Quiénes son los perpetradores? ¿Quiénes son las víctimas? ¿Y quién juega el papel combinado de víctima y perpetrador?

El complejo de Edipo, o la relación de amor/odio que el niño tiene por sus padres, puede ser explotado por un padre narcisista; tal vez, por ejemplo, para manipular el amor del niño hacia el padre narcisista y el odio hacia el otro padre; es decir, convertir al padre no narcisista en un chivo expiatorio. Al amar edípicamente al padre narcisista, el niño podría ser preparado para convertirse en un niño dorado.

Los padres narcisistas inculcarán en sus hijos un superyó cruel y que juzga demasiado, una dura crítica interna que maximiza el conflicto entre los deseos naturales de los niños (del id ), su necesidad de seguridad (del ego ) … hace que los niños se sientan indignos si no están a la altura.

II: Mecanismos de Defensa del Yo/Anna Freud

Los mecanismos de defensa son utilizados tanto por los abusadores como por los abusados. Usando un Falso Yo para presentar al mundo un padre de virtud, el abusador racionalizará su abuso para crear la ilusión de tener buenas razones para ello. Mantener ese Yo Falso también requiere que el abusador proyecte sus vicios en sus hijos.

Los narcisistas pueden llevar la proyección un paso más allá en la manipulación de sus hijos e hijas y utilizar la identificación proyectiva con ellos. Aquí, los padres no solo proyectan sobre sus hijos, sino que también los manipulan para que manifiesten, en su propio comportamiento, lo que se proyecta sobre ellos. Las proyecciones pueden ser de buenos o malos rasgos de carácter.

Cuando las proyecciones son de los aspectos negativos de la personalidad del padre narcisista, el niño proyectado se convierte en un chivo expiatorio, alguien a quien se le echa la culpa …  Cuando las proyecciones son de la versión idealizada de los padres de sí mismos, el hijo o la hija se convierte en un niño de oro.

Otros mecanismos de defensa comunes utilizados para mantener el Falso Yo del padre narcisista incluyen la simple negación del abuso (a menudo en forma de gaslighting ; la identificación proyectiva también es una forma de gaslighting).

[Gaslighting: es un término que se usa para describir a una persona (un «gaslighter») que presenta una narrativa falsa a otro grupo o persona, lo que los lleva a dudar de sus percepciones y a ser engañados, desorientados o angustiados.

A menudo, esto es para el propio beneficio del gaslighter. Normalmente, esta dinámica es posible solo cuando la audiencia es vulnerable, como en relaciones de poder desiguales, o temerosa de las pérdidas asociadas con desafiar la narrativa falsa. Gaslighting no es necesariamente malicioso o intencional, aunque en algunos casos lo es]

El padre puede participar en una formación de reacción, una pretensión de tener una actitud virtuosa, opuesta a su actitud real e innoble (por ejemplo, afirmar que ama mucho a un hijo o una hija, cuando en realidad, el padre, además de usar al niño para obtener un suministro narcisista, –normalmente preferiría deshacerse de él o ella).

Lo que sea que se sienta que queda del verdadero yo del padre narcisista, el yo inadecuado que él o ella detesta, será reprimido tan profundamente en el inconsciente que el narcisista «honestamente» ni siquiera sabe que está allí. De hecho, el narcisista a menudo cree sus mentiras, lo que no quiere decir que esté «equivocado» … al mentirse a sí mismo y a las víctimas y flyings monkeys [monos voladores], miente más.

El flying monkey, es aquel o aquella, quien en una relación de abuso narcisista ayuda al agresor a atacar a la víctima.

Muchos, si no todos, de estos mecanismos de defensa del ego son utilizados por los [justificadores] y facilitadores de los padres narcisistas, y paradójicamente generalmente son los niños dorados, quienes harán cualquier cosa no solo para proteger y preservar la reputación inmerecidamente buena de los padres, sino también también para mantener al chivo expiatorio [es decir, el culpable] en su miserable lugar.

Porque la única forma en que este tipo de familia disfuncional puede sobrevivir es si sus ilusiones se mantienen y no se cuestionan.

[Los justificadores – los monos voladores] tienen otros mecanismos de defensa que no usa el padre narcisista (a menos que uno tuviera que contar las influencias ambientales/paternas del padre en su vida anterior, por supuesto).

Anna Freud descubrió un mecanismo de defensa que llamó identificación con el agresor, (Anna Freud, páginas 13-23). Me resulta fácil ver a un hermano validador identificándose con un padre agresor narcisista.

“Aquí, el mecanismo de identificación o introyección se combina con un segundo mecanismo importante. Al hacerse pasar por el agresor, asumir sus atributos o imitar su agresión, el niño se transforma de la persona amenazada en la persona que hace la amenaza”. (Anna Freud)

Mis hermanos mayores, al haber sido sometidos no solo a la agresión de nuestra madre narcisista, sino también a la de nuestro padre ultraconservador y malhumorado, usaron esa misma agresión contra mí, en forma de bombardeos de abuso verbal, con la racionalización de que estaban tratando de hacerme ‘enderezarte y volar bien’.

En realidad, solo me estaban acosando, a imitación de nuestros padres acosándolos a ellos cuando eran pequeños. Al crecer, me sentí como si me estuvieran criando cinco padres abusivos en lugar de solo dos.

Las víctimas del abuso parental narcisista también tienen mecanismos de defensa del ego:

Primero: debemos tenerlos, ya que nuestros egos maltratados son los que más necesitan defensa. Debemos negar, proyectar y racionalizar todas las faltas que nos imponen nuestros abusadores, o nos volveríamos locos.

Segundo: también tenemos otros mecanismos de defensa, algunos buenos, otros malos.

Podemos convertir nuestro dolor y frustración en arte, música, escritura, etc. Este desvío de sentimientos prohibidos hacia salidas creativas se llama sublimación.

En gran parte de la prosa, poesía y composición de canciones que he producido, los temas de intimidación y abuso emocional están ahí, en alguna parte. Le insto, querido lector, a usar su creatividad de esta manera, para dejar salir su dolor. Es muy terapéutico.

Mecanismo de defensa disfuncional.

Sin embargo, hay más mecanismos de defensa disfuncionales que hemos usado las víctimas. Estos incluyen la fantasía, en forma de disociación, o el ensueño desadaptativo, para escapar de nuestra dolorosa realidad. Hice esto mucho cuando era niño.

La intelectualización implica cerrar nuestros sentimientos para examinar nuestro dolor como un científico o un filósofo investigarían algo; pero sólo podemos sanar sintiendo nuestro dolor. Al procesarlo, podemos deshacernos de él.

La regresión es otro mecanismo de defensa que las víctimas de abuso emocional pueden utilizar para disminuir la ansiedad. Los que padecemos TEPT -trastorno de estrés postraumático-  a menudo desarrollamos un estilo de comunicación bastante tonto, que recuerda a un comportamiento infantil: esta regresión a un estado anterior, más despreocupado e infantil puede calmar temporalmente nuestras ansiedades, aunque no resolverá nuestros problemas.

Luego está el volverse contra uno mismo, donde, en el contexto del abuso narcisista, uno puede culparse a sí mismo por todo el abuso que sufre, en lugar de culpar al abusador, que es lo que le corresponde.

Esto puede sonar como una forma masoquista de defender el ego de la ansiedad, pero considere la alternativa: un niño o adolescente que enfrenta la horrible realidad de que su familia narcisista no lo ama. Es mejor creer que lo aman y lo están lastimando para ‘ayudarlo’, que saber que solo quieren dañarlo y que no tiene medios económicos para escapar y cuidar de sí mismo.

Sin embargo, más adelante en la vida, cuando tiene la edad suficiente para tener esos medios económicos, todavía se vuelve contra sí mismo por costumbre, porque confrontar la verdad sobre su familia es demasiado doloroso. No es de extrañar que por lo general toma hasta que uno tiene cuarenta o cincuenta años antes de que uno finalmente se vea obligado a ver esa verdad.

III: Teoría de las Relaciones Objetales/Klein/Fairbairn/Winnicott

Este pensamiento disfuncional es el resultado de malos objetos internos (en la forma básica de un superyó severo, el crítico interno) que han sido introyectados durante la primera infancia.

Melanie Klein allanó el camino para la teoría de las relaciones objétales, que explica cómo nuestras relaciones tempranas con nuestros principales cuidadores (padres, parientes mayores y hermanos, etc.) crean una especie de modelo mental para todas nuestras relaciones futuras.

Si esas primeras relaciones crean una atmósfera de bondad y amor para nosotros, asumimos que el resto del mundo es en su mayoría amable. Sin embargo, si esas primeras influencias son crueles…

Estos objetos internos de nuestros primeros cuidadores residen en nuestras cabezas como fantasmas.

William Donald Fairbairn desarrolló aún más la teoría de las relaciones objétales de Klein; incluso fue tan lejos como para reemplazar la teoría de las pulsiones y la estructura de la personalidad de S. Freud ( id / ego / superego ) con una estructura endopsíquica más basada en las relaciones, que consiste en un Ego Central relacionado con un Objeto Ideal, o cualquiera en el mundo externo (este yo central corresponde aproximadamente al yo de Freud ), un yo libidinal vinculado a un objeto excitante (algo así como el ello de Freud ), y un yo antilibidinal(originalmente, el Saboteador Interno, vagamente correspondiente al superyó ) y su Objeto de Rechazo.

Las configuraciones Ego/Objeto libidinal/Anti-libidinal son, al menos hasta cierto punto, desviaciones inevitables de la configuración Ego central/Objeto ideal; idealmente, las personas siempre deberían tener relaciones con personas reales en el mundo externo (por lo tanto, el Objeto ‘Ideal’).

En cambio, cuantos más niños sean criados por padres no empáticos o incluso abusivos, más pronunciada será la influencia que tendrán las configuraciones del Ego libidinal/Objeto excitante y del Ego antilibidinal/Objeto de rechazo en sus personalidades.

Esto lleva al mecanismo de defensa de dividir a las personas en buenas y malas completamente, en lugar de ver a las personas como realmente son, una mezcla de buenas y malas.

Estas dos configuraciones Ego/Objeto disfuncionales forman parte del mundo interior de fantasía de los objetos de los niños (como amigos o enemigos imaginarios), separados del mundo real exterior.

El Yo Libidinoso se relaciona con el Objeto Excitante en forma de personas tan idealizadas como celebridades, estrellas del rock, héroes del deporte o gente del porno (estos objetos también pueden ser alcohol, drogas, videojuegos, etc., ya que tal es el resultado de una falla en el desarrollo de relaciones objetales apropiadas).

El Ego Anti-libidinal se relaciona con hostilidad con el Objeto de Rechazo, que tiene la forma de cualquier persona odiada o temida.

No hace falta decir que esta división en la mente de las personas entre idealizados u odiados no es ni realista ni saludable, pero los padres emocionalmente abusivos pueden llevar a sus hijos a tal patología.

Lo que se necesita no es un padre idealizado ni abusivo, por supuesto, sino un padre suficientemente bueno, como proponía DW Winnicott. Un entorno lo suficientemente bueno y acogedor ayudará a un niño a crecer sano y feliz, con un verdadero yo en pleno funcionamiento.

IV: Heinz Kohut/ Psicología del Yo

Sin embargo, fue Heinz Kohut quien realmente hizo un examen exhaustivo de las causas de los trastornos narcisistas de la personalidad, y también dio una aclaración de la estructura de la personalidad de un narcisista. Su escritura sobre el tema (en sus dos libros, El análisis del yo y La restauración del yo) es bastante seca, así como tortuosamente prolija

La esencia del mensaje de Kohut, en cualquier caso, era que la empatía insuficiente en la crianza generalmente lleva a que la grandiosidad infantil del niño nunca se transforme adecuadamente en el narcisismo más maduro y moderado de las personas sanas.

Los niños necesitan esencialmente dos cosas de sus padres: alguien a quien idealizar, un imago parental (objeto internalizado) en su estructura interna de personalidad como una especie de modelo a seguir; y reflejo, es decir, un padre que refleja en el niño sus sentimientos y experiencia del mundo. En otras palabras, los niños necesitan que sus padres sean héroes y validadores. Los padres son los fiadores, garantizadores del amor, y el reflejo de una visión sana, positiva del entorno, y de la vida.

Cuando no logran obtener esta idealización y reflejo, Kohut dice que su narcisismo no madurará adecuadamente; la grandiosidad infantil debe ser defraudada y decepcionada en cantidades soportables, lo que se llama frustración óptima, porque como niveles mínimos de la frustración que es inevitable en la vida, estas cantidades mínimas son lo mejor que pueden hacer los padres.

La crianza no empática del abusador narcisista.

La crianza no empática, que frustra a los niños en cantidades abrumadoras, hace que sus personalidades se dividan de dos maneras, según Kohut:

—Primero: una división horizontal resulta de la represión de la grandiosidad, por lo que se muestra al mundo un Yo Falso, mientras que el Yo Verdadero narcisista es escondido del mundo y del propio narcisista; también,

—Segundo: una escisión vertical en la personalidad del narcisista proviene del desconocimiento del narcisismo. Creo que esta negación a veces se logra proyectando la grandiosidad en otras personas.

V: Los probables orígenes de las patologías de mi madre [testimonio personal de Mawr Gorshim]

Creo que este tipo de división bidireccional es la forma en que mi difunta madre mantuvo un control, por tenue que fuera, de la realidad. Nacida en agosto de 1938 en Londres, habría sido una niña durante la Blitzkrieg. Incluso si no hubiera estado expuesta directamente a los bombardeos nazis (es decir, si no estaba en una ciudad o pueblo bombardeado en ese momento), habría estado rodeada de cuidadores estresados. Los bebés sienten terror a su alrededor, incluso si no saben lo que está pasando.

Este terror y tensión, por todas partes a su alrededor, habrían sido intolerablemente desorientadores para una niña tan tierna. Sumado a esto, su padre murió varios años después; habría sido su padre idealizado, y ahora se había ido. Todo lo que le quedaba era una madre que reflejara sus sentimientos, que empatizara con ella.

Ella y su madre abandonaron Inglaterra poco tiempo después de la Segunda Guerra Mundial para vivir en Canadá: esto, una vez más, habría sido gravemente perturbador para su desarrollo emocional como una niña de alrededor de siete a diez años de edad. Especulo que su madre soltera y viuda estaba demasiado estresada cuidándola para hacer el reflejo necesario.

Entonces, juntemos todos estos traumas: una infancia rodeada por los terrores y tensiones de la Segunda Guerra Mundial; la muerte de un padre amado, privándola de su ideal paterno; dejar su amada Inglaterra por un país extraño con el que nunca se había identificado; y una madre que estaba, más que probablemente, demasiado estresada y preocupada por los problemas cotidianos para darle una cantidad decente de reflejo empático.

Sin un padre idealizador ni uno que reflejase (lo que significa que carecía de ambos lados del yo bipolar necesario, como lo llamó Kohut), mi madre habría tenido que recurrir al narcisismo para evitar caer en una espiral de fragmentación psicológica.

Entonces, su abuso emocional no solo de mí, sino también de mis hermanos y mi padre, incluidas todas sus campañas difamatorias, trianguladoras y difamatorias contra mis primos y contra mí, y sus otras manipulaciones, todo esto era su ‘normal’, en términos de tener relaciones. La guerra, las peleas, el descuido emocional, el aislamiento y el abandono fueron su infancia; también eran su estilo de crianza, para bien o para mal.

Los padres idealizados y reflejadores de una visión sana del mundo, son esenciales para que un niño desarrolle un Yo saludable y cohesivo, como argumentó Kohut. Sin ninguno de esos, los momentos disruptivos que son inevitables en la vida serán demasiado para cualquiera, especialmente para un niño sensible.

Cuando esos momentos disruptivos son tan severos como los que debió soportar mi difunta madre, el peligro de una desintegración de la personalidad, su desmoronamiento y la caída en una ruptura psicótica con la realidad, es tan grande que la patología narcisista parecería una cura en comparación.

Ahora, podemos simpatizar con los sufrimientos de un niño casi desgarrado por un trauma, y ​​podemos reconocer que recurrir al narcisismo patológico es una defensa comprensible contra la fragmentación (como diría Otto Kernberg); pero nada de esto les da a los narcisistas ningún derecho especial para manipular a sus víctimas de la forma en que lo hacen.

VI: Mis propias contribuciones personales, por lo que valen.

No todos aceptan la efectividad de las técnicas de transferencia de Kohut de activar el imago parental idealizada, de las transferencias de espejo, gemelaridad y fusión (fusión) para lograr una cura, a través de la transmutación de la internalización en el proceso de elaboración. Pero se debe buscar una cura para el narcisismo, y ciertamente las ideas de Kohut pueden usarse como una contribución a la cura.

El Ouroboros —símbolo de la relación dialéctica de los opuestos- aporte Mawr Gorshim

El Ouroboros —símbolo dialéctico de los opuestos

El psicoanálisis por sí solo no efectuará una cura para el narcisismo, por supuesto. Sin embargo, ofrece muchas ideas útiles. Por mi parte, como un aficionado de rango sin entrenamiento, me gusta modificar estas ideas y agregar las mías siempre que lo encuentre útil y adecuado para hacerlo.

En estas publicaciones de blog, ofrecí mis propias sugerencias, para sobrevivientes de abuso narcisista, sobre cómo sanar. También he ideado mis propias teorías estructurales de la personalidad. Enlazo los diferentes aspectos de la personalidad a diferentes posiciones en el cuerpo del Ouroboros, que veo como símbolo de la relación dialéctica de los opuestos.

La estructuración y las comparaciones se pueden ver en el cuadro a continuación, en aras de la claridad y la simplificación:

Como muestra el gráfico, una mayor salud mental se asocia con una evaluación realista del mundo exterior, como muestra la columna central; sin un mundo de disociaciones y los objetos internos divididos de la fantasía (a la derecha), ni un mundo ensimismado de grandiosidad desenfrenada y complacida (a la izquierda).

Necesitamos estar con personas reales, no con las personas de pesadilla en nuestras cabezas.

Sin embargo, para liberarnos de los objetos malos (tesis), necesitaremos reemplazarlos con objetos internos buenos (antítesis), porque solo entonces comenzaremos a confiar en el mundo (síntesis) al tener esa evaluación realista de otras personas, que son una combinación de buenos y malos.

En publicaciones anteriores (enlaces arriba, en el párrafo anterior al cuadro), discutí cómo hacer esta superación de los objetos buenos y malos (personas buenas y malas que conocemos en la vida, nuestras conceptualizaciones de ellos y cómo nos relacionamos con esas conceptualizaciones en nuestro inconsciente).

Un extremo opuesto puede convertirse en otro (cabeza mordida/cola mordida); por lo tanto, el extremo ‘demasiado saludable’ del amor propio excesivo del narcisista es una defensa contra el odio extremo a sí mismo que proviene de una crianza abusiva o no empática; sin la defensa del ego narcisista, ese Yo Falso y su consiguiente represión/rechazo/proyección del Yo Verdadero odiado, el narcisista podría descender a [trastornos más severos de la personalidad].

Por estas razones, se recomienda un camino de moderación, simbolizado por la longitud del cuerpo del Ouróboros, para una vida mental sana, una vida sin amor propio excesivo («demasiada salud») ni odio propio.

Fuente: https://mawrgorshin.com/2018/09/23/the-psychoanalysis-of-narcissistic-parental-abuse/

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“La diferencia de los sexos no existe en el inconsciente.” Miquel Bassols

Leyendo el discurso de Paul B. Preciado dirigido a los psicoanalistas:

«Yo soy el monstruo que os habla. Informe para una academia de psicoanalistas», Nuevos Cuadernos Anagrama, Barcelona 2000.

Será tal vez una sorpresa para los que conocen del psicoanálisis solo una divulgación caricaturesca. Y lo será sobre todo para los que no han leído a Jacques Lacan como merece. Y, sin embargo, ahí estaba, como la carta robada del cuento de Edgar A. Poe —especialista en monstruos—, a la vista de todos y escondida a la de cada uno: no hay nada en el inconsciente freudiano, nada tampoco en sus formaciones —sueños, síntomas o delirios— que nos asegure que la diferencia entre un ser-hombre y un ser-mujer esté inscrita en él.

«El inconsciente se comporta como si solo
existiera un sexo, y todo el problema es
saber cuál. Habrá que repetirlo para que
quede más claro, después de buscar y
rebuscar: de esta diferencia de los sexos,
ni rastro en el inconsciente freudiano,
nada de nada. Mal podría el psicoanálisis
construir su arquitectura sobre una
diferencia de la que no hay noticia
alguna en el inconsciente.»

Miquel Bassols

La cuestión no se resuelve con el expediente de repetir que los géneros, diferentes o no de los sexos, no son más que una construcción cultural. Encontramos muchas diferencias inscritas en el inconsciente entre términos que se definen, precisamente, cada uno por la diferencia binaria con el otro: activo-pasivo, presente-ausente, ver-ser visto, tragar-ser tragado, expulsar-ser expulsado, falo-castración, padre-madre, hijo-hija… La lista sigue, aunque no hasta el infinito. Imposible, sin embargo, hacer diferencias y establecer una relación entre cosas que no tienen una representación en el inconsciente. Es el caso del ser-hombre y el ser-mujer.

Que Paul B. Preciado atribuya al psicoanálisis lo contrario puede ser o no por simple desconocimiento, da exactamente lo mismo a efectos de la argumentación.

La cuestión no se resuelve con el expediente de repetir que los géneros, diferentes o no de los sexos, no son más que una construcción cultural. Encontramos muchas diferencias inscritas en el inconsciente entre términos que se definen, precisamente, cada uno por la diferencia binaria con el otro: activo-pasivo, presente-ausente, ver-ser visto, tragar-ser tragado, expulsar-ser expulsado, falo-castración, padre-madre, hijo-hija… La lista sigue, aunque no hasta el infinito. Imposible, sin embargo, hacer diferencias y establecer una relación entre cosas que no tienen una representación en el inconsciente. Es el caso del ser-hombre y el ser-mujer.

Para formalizar los binarios que sí están inscritos en el inconsciente, Lacan partió al principio de su enseñanza de su famoso axioma: «el inconsciente está estructurado como un lenguaje», es decir construido con una arquitectura hecha a partir de las diferencias entre sus elementos, elementos definidos precisamente por estas diferencias. Son diferencias entre «significantes», es el término que Lacan recogió de la lingüística de su tiempo que entendía, y sigue entendiendo, la lengua como un sistema de diferencias, no por ninguna esencia o significado definido de entrada. El lenguaje, y los discursos que se construyen por y desde el lenguaje, se fundan necesariamente en esta categoría de la diferencia relativa entre sus elementos.

Y no parece tan fácil salir de esta ley de hierro del lenguaje en el que estamos sumergidos cada uno, siempre sin saberlo del todo. Con esta sólida diferencia relativa entre dos elementos se ha construido todo un sistema, se ha construido también cada civilización conocida: mente/cuerpo, naturaleza/cultura, normal/patológico, hombre/mujer, hetero/homo, ying/yang, etc. La diferencia es el principio de una maquinaria que llega hasta donde llega, con frecuencia por caminos que son los de la segregación, más o menos dura, más o menos sutil, pero siempre a lugares realmente inhóspitos para preservar la singularidad de los seres humanos, los seres que reivindicamos esta singularidad.

Lacan partió, pues, de aquel axioma sostenido en el binarismo del significante, pero fue para llegar a otro, más complicado en apariencia, pero más sencillo finalmente: «no hay relación sexual». Lo que quiere decir en primer lugar: no hay nada en el ser humano que asegure la existencia de una diferencia entre los sexos para establecer después una relación, normativa o no, entre ellos. De eso tampoco hay noticia alguna en el inconsciente y cada arreglo que se intente —también con la multiplicación de «géneros»— parece destinado a errarla, a errar en este espacio siempre «trans».

Y es que la solidez de la ley de hierro de «la diferencia» llega hasta donde llega para construir un discurso que pretenda asegurar una identidad. Y cuando se trata de la sexualidad, hay que decir que no llega muy lejos. En realidad, cuando se trata de la sexualidad y de las formas de gozar, cuando se trata de resolver la pregunta sobre lo más íntimo de la identidad sexual de cada ser humano, tomado uno por uno fuera del género, no hay barrotes de hierro suficientes para armar la jaula. Todo intento de resolver la cuestión de la identidad sexual del ser humano fracasa estrepitosamente si sólo funciona con la categoría de «diferencia» como brújula para transitar este desierto, el desierto del goce en el que, digámoslo ya, no hay tierra prometida posible. Dicho de una manera más simple y directa: en el desierto del goce y de los goces sexuales, no hay oasis, sólo espejismos. Cada ser humano es «trans», ya sea tránsfuga o transhumante, en tránsito o en transferencia de un lugar a otro. Porque son siempre «un lugar» y «otro lugar» que solo podrán definirse cada uno precisamente por su diferencia, la del uno con el otro.

Este hecho de estructura estaba escrito con todas las letras en la obra de Freud. Pero, es cierto, había que saberlo leer allí donde estaba, y no leer lo que no está, con todos los espejismos y espejuelas con los que se adorna el baile de máscaras de la vida sexual. Y, digámoslo claro también, fue solo Jacques Lacan quien supo poner estas letras en su justo lugar con este aforismo, siempre difícil de comentar sin salir trasquilado: «no hay relación sexual». Cuando se trata de la sexualidad, no hay modo de establecer identidades a partir de la diferencia entre significantes, sean cuáles sean. Lo que deja al ser humano —a cada ser humano sin excepción— en una situación más bien precaria a la hora de instalarse en identificaciones sólidas. Todo lo que podamos construir en el discurso de los géneros se mueve necesariamente en este tránsito generalizado entre significantes y mascaradas que el discurso y la experiencia del psicoanálisis puede ayudar a transitar, pero sin ninguna norma previa como brújula.

Es cierto, tal como lo evoca Paul B. Preciado en varios momentos de su discurso: el ser hombre y el ser mujer solo pueden definirse por su diferencia entre ellos, como dos significantes del lenguaje, y no por una esencia definida por sí misma. Este es el punto de acuerdo, pero es precisamente sobre esto mismo que Paul B. Preciado construye todo su desacuerdo y su crítica a los psicoanalistas en su conjunto. El malentendido está, pues, asegurado. Pero el malentendido es también la ley de toda conversación posible. Cuando dos están muy de acuerdo, no hay conversación, solo consenso sostenido en acuerdos tácitos. Y la conversación, cuando es analítica, pone siempre en cuestión los acuerdos tácitos.

La diferencia entonces. ¿Cómo salir de ella sin verse entrando de nuevo en su imperio gobernado por la ley de hierro del significante, ya sea para identificarse con alguno de los dos términos o ya sea para rechazarlos? La diferencia tiene ya algo de monstruoso porque se escapa de sí misma y se expande por todo el sistema. Y se expande más en la medida que uno quiera hacer de ese sistema un todo, saco o jaula, precisamente.

Es también el problema de «lo binario» y lo «no-binario» en el que Paul B. Preciado funda su otra crítica al discurso del psicoanálisis. ¿Dónde termina uno, «lo binario», y empieza el otro, «lo no-binario»? Lo binario se contagia a todos los elementos del sistema, ya sea que los consideremos cada uno en relación a cualquier otro, o bien los consideremos cada uno como opuesto a todos los demás. Lacan escribió el código de este virus del lenguaje de una manera muy sencilla: S1  S2. (Lacan, de hecho, es mucho más sencillo que Freud, aunque parezca más complicado). Con este par de letras afectadas por un orden y una flecha que los vincula en su diferencia, tenemos ya escrito todo este sistema de géneros que podía parecer tan monstruoso en sus diferencias y sus segregaciones.

Pero ¿se habrá observado ya que la propia definición de «no binario» en la que reposa la argumentación de Preciado es, se la mire por donde se la mire, binaria ella misma, solo construida por su diferencia con «lo binario»? No es con la negación como puede salirse de un sistema binario. Este juego de manos no es una simple paradoja lógica. O, mejor dicho, es porque parece una paradoja que puede utilizarse para confundir todas las cartas en el juego.

No, no es tan simple salir airoso de la lógica de la diferencia y del binarismo que está siempre implícita en cada estructura de lenguaje, en cada discurso surgido de ella. El binarismo o el dualismo que anida modestamente, siempre de manera silenciosa, en todo discurso se reproduce en cada una de las diferencias que se establezcan entre un elemento y otro del sistema. Añadir un tercer o un cuarto elemento no anula el binarismo fundamental, simplemente lo desplaza a cada una de las relaciones entre los elementos de la serie que consideremos: LGTBIQ+…

La ley de hierro del significante no tendrá ningún problema en añadir a la lista la M de «monstruo». Queda lugar en el abecedario y si un día se terminara, podrá hacerse como se hace con las matrículas de los coches y seguir escribiendo nuevas combinatorias, binarias todas ellas. El significante no conoce otra ley, la del poder del significante amo para organizar diferencias. Lo que tiene sin duda su dimensión política, también cuando se trata de enjaular a los seres humanos.

Y esta ley —la única en realidad más allá de toda norma jurídica y social— insiste de manera especial cuando se trata de definir lo «trans». Hablamos de «hombre-trans» y de «mujer-trans» pero el binarismo sigue estando inevitablemente allí donde estaba, sin haberse movido un pelo. Habría que encontrar, pues, un modo de abordar lo «trans-» que pueda escapar a esta ley de hierro. Paul B. Preciado es honesto en este punto: «No es fácil inventar una nueva lengua, acuñar todos los términos de una nueva gramática.»[1] Los esfuerzos por integrar al diccionario el género no binario «es» —en español es sin duda mucho más difícil el intento— llegan hasta donde llegan, es decir no muy lejos a la hora de romper la reja del binarismo, esa ley de hierro —y de yerro— del lenguaje. Si en algún lugar podemos sentirnos más acompañados por Preciado es en este intento: con las palabras de la tribu, crear un nuevo lenguaje, un nuevo vínculo entre los seres humanos fuera de toda segregación. Es el hilo en el que el discurso del psicoanálisis promueve, no solo en la privacidad de su experiencia individual, sino también en lo colectivo. Es el problema de la segregación de lo Uno y lo Otro. Llamemos pues a esta ley: ley del binarismo del Uno y el Otro, porque es así como se nos presenta en los discursos de los que el ser humano se muestra siempre siervo.

En todo caso, y este es el factor fundamental, la lógica binaria del significante explica solo una parte de la sexualidad, de las identificaciones y los modos de gozar, y no es la parte más importante. Digamos que explica únicamente la parte representable de la sexualidad, aquello que se suele llamar hoy «género». Explica el baile de máscaras, pero no puede decir nada de la música y de la partitura con la que se mueve el baile. ¿Qué ocurre si intentamos someter el campo del goce, tal como Lacan lo abre a partir de los años sesenta, a esta lógica binaria? Pues que la maquinita de la diferencia relativa y binaria deja de funcionar.

La maquina se encalla, gripa, produce toda suerte de signos que los psicoanalistas —pero no solo los psicoanalistas— llaman «síntoma». Cuando se trata del goce, y especialmente del goce sexual, entramos en el campo de lo Uno… sin Otro. Cada uno con sus fantasmas y sus síntomas, y cada uno sin saber la partitura que los cifra. Y ahí hace falta pasar a otra lógica que no es la de la diferencia relativa y binaria, «una nueva lógica» que Lacan anunció y desarrolló en la última parte de su enseñanza.

Bastaba una lectura, por somera que fuera, de seminarios de Jacques Lacan como el seminario «Aún»[2]  para entender que este cambio de registro es fundamental, que entramos en otra lógica que no es ya la de la diferencia del Uno con el Otro, sean los que sean, sino que entramos en el campo del Uno… sin el Otro. El Uno siempre nos engaña cuando se nos presenta como Otro, otro al que rechazamos, al que segregamos, al que consideramos subalterno, incluso subdesarrollado. Y es así como podemos llegar también a creernos extraños para él, hasta monstruosos. En realidad, creemos y creamos al monstruo con esta lógica.

Que esta alteridad radical —una alteridad sin ningún Otro a partir de la que podamos definirla— sea lo femenino —no las figuras culturales de la feminidad— no puede atribuirse al patriarcado y a la lógica segregativa de las diferencias. Es una alteridad anterior lógicamente al patriarcado, hasta el punto que podemos preguntarnos si el Padre mismo no es tal vez, pero solo tal vez, uno de los nombres de esta alteridad sin Otro en el que sostener una reciprocidad. Hay muchos lugares donde Lacan lanza este guante para quien quiera recogerlo. Veamos uno:

«Cómo saber si, como lo formula Robert Graves, el Padre mismo, nuestro padre eterno, el de todos, no es sino Nombre entre otros de la Diosa blanca, la que en su decir se pierde en la noche de los tiempos, por ser la Diferente, la Otra por siempre en su goce —tales esas formas de infinito cuya enumeración no comenzamos sino al saber que es ella la que nos suspenderá a nosotros.»[3]

He aquí al famoso patriarcalismo puesto patas para arriba, desmantelado definitivamente. El Padre: solo un nombre entre otros de la Diosa Blanca, mito anterior a toda cultura patriarcal. Ya no se trata aquí de la diferencia relativa a la que se refiere Preciado, la diferencia de los sexos. Es una diferencia absoluta, sin ningún Otro al que oponerse para definirla. Es el goce del cuerpo, la sexualidad misma. Hay una profusión de desarrollos en esta vía —«el padre, servirse de él para prescindir de él» fue el tema de un congreso de la Asociación Mundial de Psicoanálisis— que sería mucho más fructífera para no seguir endilgando al psicoanálisis lacaniano la falsa etiqueta de hetero-patriarcal.

*Psicoanalista. Miembro de la AMP (ELP)

Fotografía seleccionada por el autor y el editor del blog.

Fuente: https://zadigespana.com/2020/12/02/la-diferencia-de-los-sexos-no-existe-en-el-inconsciente/

 

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El concepto de falo. Jacques Lacan

El falo

El término falo, rara vez utilizado en los escritos freudianos, es empleado en ocasiones para nombrar el “estado fálico”; momento particular del desarrollo de la sexualidad infantil durante el cual culmina el complejo de castración.

Fue Jacques lacan quien elevo el vocablo “falo” al rango de concepto analítico y reservo el vocablo “pene” para denominar sólo al órgano anatómico masculino.

No obstante, en muchas ocasiones, Freud ya había esbozado esta diferencia que Lacan se esforzará por acentuar, mostrando hasta que punto la referencia al falo es preponderante en la teoría freudiana.

La primacía del falo no debe ser confundida con una supuesta primacía del pene.

Cuando Freud insiste en carácter exclusivamente masculino de la libido, de lo que se trata no es libido peniana sino de libido fálica.

Es decir que el elemento organizador de la sexualidad humano no es el órgano genital masculino sino la representación construida sobre esta parte anatómica del cuerpo del hombre.

La preponderancia del falo significa que la evolución sexual infantil y adulta se ordena según la presencia o ausencia de este pene imaginario -denominado falo- en el mundo de los humanos.

¿Pero qué es el falo?

Si retomamos la totalidad del proceso de la castración tal como fue estudiando en el varón y en la niña, podemos deducir que el objeto central en torno al cual se organiza el complejo de castración no es, a decir verdad, el órgano anatómico peniano sino su representación.

Lo que el niño percibe como el atributo poseído por algunos y ausente en otros no es el pene sino su representación psíquica, ya sea bajo la forma imaginaria o bajo la forma simbólica.

Hablaremos entonces de falo imaginario y el falo simbólico.

Falo imaginario.

La forma imaginaria del pene, o falo imaginario, es la representación psíquica inconsciente que resulta de tres factores: anatómico, libidinal y fantasmático.

Ante todo, el factor anatómico, que resulta del carácter físicamente prominente de este apéndice del cuerpo y que confiere al pene una fuerte pregnancia, a un tiempo táctil y visual.

Es la “buena forma” peniana la que se impone a la percepción del niño bajo la alternativa de una parte presente o ausente del cuerpo.

Luego, segundo factor, la intensa carga libidinal acumulada en esta región peniana y que suscita los frecuentes tocamientos autoeróticos del niño.

Y para finalizar, el tercer factor, fantasmático, ligado a la angustia provocada por el fantasma de que dicho órgano podía ser alguna vez mutilado.

A partir de todo esto se hace fácilmente comprensible el hecho de que el término “pene” -vocablo anatómico -resulta impropio para designar esta entidad imaginaria creada por la buena forma de un órgano pregnante, el intenso amor narcisista que el niño le confiere y la inquietud extrema de verlo desaparecer.

En suma, el pene, en su realidad anatómica, no forma parte del campo del psicoanálisis, sólo entra en este capo en tanto atributo imaginario —falo imaginario— con el cual están provistos solamente algunos seres.

Vamos a ver que a su vez este falo imaginario toma otro estatuto, el de operador simbólico.

Falo simbólico.

El falo es un objeto intercambiable.

La figura simbólica del pene o para ser más precisos, la figura simbólica del falo imaginario, o “falo simbólico” puede entenderse según distintas acepciones.

Ante todo, aquella que asigna al órgano masculino el valor del objeto separable del cuerpo, desmontable e intercambiable con otros objetos.

Ya no se trata aquí, como en el caso del falo imaginario, de que el falo simbólico sea un objeto presente o ausente, amenazado o preservado, sino de que ocupe uno de los lugares en una serie de términos equivalentes.

Por ejemplo, en el caso del complejo de castración masculino, el falo imaginario puede ser reemplazado por cualquiera de los objetos que se ofrecen al niño en el momento en que es obligado a renunciar al goce con su madre.

Puesto que debe renunciar a la madre, también abandona el órgano imaginario con el cual esperaba hacerla gozar.

El falo es intercambiado entonces por otros objetos equivalentes (pene = heces = regalos= …)

Esta serie conmutativa, denominada por Freud “ecuación simbólica”: esta constituida por objetos diversos cuya función, a la manera de un señuelo, estriba en mantener el deseo sexual del niño, a la vez que le posibilitan apartar la peligrosa eventualidad de gozar de la madre.

Queremos subrayar también que el calor del objeto intercambiable del órgano masculino en su estatuto imaginario (falo imaginario) se reconoce de modo notorio en esa tercera salida del complejo de castración femenino que anteriormente caracterizamos como la sustitución del deseo del pene por el deseo de procrear: el falo imaginario es reemplazado simbólicamente por un niño.

El falo es el patrón simbólico.

Pero el falo es mucho más que un termino entre otros en una serie conmutativa; en sí mismo la condición que garantiza la existencia de la serie y que hace posible que objetos heterogéneos en la vida sean equivalentes en el orden del deseo humano.

Dicho de otra manera, la experiencia de la castración es tan crucial en la constitución de la sexualidad humana que el objeto central imaginario en derredor del cual se organiza la castración -falo imaginario- va a marcar con su impronta todas las demás experiencias erógenas sea cual fuere la zona del cuerpo concernida.

El destete, por ejemplo, o el control del esfínter anal, van a reproducir el mismo esquema que el de la experiencia de la castración.

Así, el mismo falo imaginario deja de ser imaginario, se excluye de la serie y se convierte en el patrón simbólico que hará posible que objetos cualesquiera sean sexualmente equivalentes, es decir, todo ellos referidos a la castración

Si el falo puede excluirse de la serie conmutativa y construir su referente invariable, es porque es la huella de este acontecimiento mayor que es la castración, es decir, la aceptación por todo ser humano del límite impuesto al goce en relación con la madre.

Si el falo puede excluirse de la serie conmutativa y constituir su referente invariable, es porque es la huella de este acontecimiento mayor que es la castración, es decir, la aceptación por todo ser humano del límite impuesto al goce en relación con la madre.

El falo simbólico significa y recuerda que todo deseo en el hombre es un deseo sexual, es decir, no un deseo genital sino un deseo tan insatisfecho como el deseo incestuoso al cual el ser humano hubo de renunciar.

Fue Jacques Lacan quien elevó el vocablo “falo” al rango de concepto analítico y reservó el vocablo «pene» para denominar sólo el órgano anatómico masculino. No obstante, en muchas ocasiones, Freud ya había esbozado esta diferencia que Lacan se esforzará por acentuar, mostrando hasta qué punto la referencia al falo es preponderante en la teoría freudiana.

Afirmar con Lacan que el falo es el significante del deseo implica recordar que todas las experiencias erógenas de la vida infantil y adulta, todos los deseos humanos (deseo oral, anal, visual, etcétera) estarán siempre marcados por la experiencia crucial de haber tenido que renunciar al goce de la madre y aceptar la insatisfacción del deseo.

Decir que el falo es el significante del deseo equivale a decir que todo deseo es sexual, y que todo deseo es finalmente insatisfecho. Insistamos una vez más a fin de evitar equívocos: en el campo del psicoanálisis los términos “sexual” o “sexualidad” no deben ser confundidos con el erotismo genital sino referidos al siguiente hecho esencial de la vida libidinal, a saber: las satisfacciones resultan siempre insuficientes respecto del mito del goce incestuoso.

El significante fálico es el límite que separa el mundo de la sexualidad siempre insatisfecha del mundo del goce que se supone absoluto.

Aún existe una tercera acepción del falo simbólico, pero está implicada de modo tan directo en la teoría lacaniana de la castración que tendremos que repasar previamente sus puntos fundamentales.

Ante todo, recordemos que distinguimos el pene real del falo imaginario, y éste último del falo simbólico en sus dos estatutos, el de ser un objeto sustituible entre otros y el de ser —fuera de esos objetos— el referente que garantiza la operación misma de su sustitución.

El falo es el significante de la ley

En la concepción lacaniana la castración no se define tan sólo por la amenaza que provoca la angustia del niño, ni por la constatación de una falta que origina la envidia del pene de la niña; se define, fundamentalmente, por la separación entre la madre y el hijo.

Para Lacan la castración es el corte producido por un acto que secciona y disocia el vínculo imaginario y narcisista entre la madre y el niño.

Como ya hemos visto, la madre en tanto mujer coloca al niño en el lugar de falo imaginario, y a su vez el niño se identifica con este lugar para colmar el deseo materno. El deseo de la madre, como el de toda mujer, es el de tener el falo. El niño, entonces, se identifica como si fuera él mismo ese falo, el mismo falo que la madre desea desde que entró en el Edipo. Así, el niño se aloja en la parte faltan te del deseo insatisfecho del Otro materno.

De este modo se establece una relación imaginaria consolidada, entre una madre que cree tener el falo y el niño que cree serlo. Por lo tanto, a diferencia de lo que habríamos enunciado con Freud, el acto castrador no recae exclusivamente sobre el niño sino sobre el vínculo madre-niño.

Por lo general, el agente de esta operación de corte es el padre, quien representa la ley de prohibición del incesto. Al recordar a la madre que no puede reintegrar el hijo a su vientre, y al recordar al niño que no puede poseer a su madre, el padre castra a la madre de toda pretensión de tener el falo y al mismo tiempo castra al niño de toda pretensión de ser el falo para la madre.

Fue Jacques Lacan quien elevó el vocablo “falo” al rango de concepto analítico y reservó el vocablo «pene» para denominar sólo el órgano anatómico masculino. No obstante, en muchas ocasiones, Freud ya había esbozado esta diferencia que Lacan se esforzará por acentuar, mostrando hasta qué punto la referencia al falo es preponderante en la teoría freudiana.

La palabra paterna que encama la ley simbólica realiza entonces una doble castración: castrar al Otro materno de tener el falo y castrar al niño de ser el falo.

A fin de acentuar mejor la distinción entre la teoría lacaniana de la castración y del falo, y las tesis freudianas, subrayemos que en Lacan:

—la castración es más un acto de corte que una amenaza o una envidia;

—este acto recae más bien sobre un vínculo que sobre una persona;

—este acto apunta a un objeto: el falo imaginario, objeto deseado por la madre con el cual el niño se identifica;

—el acto de castración, aun cuando es asumido por el padre, no es en realidad la acción de una persona física sino la operación simbólica de la palabra paterna. El acto de la castración obra por la ley a la cual el padre mismo, como sujeto, está inexorablemente sometido.

Madre, padre, hijo, todos ellos están sujetos al orden simbólico que asigna a cada uno su lugar definido e impone un límite a su goce. Para Lacan, el agente de la castración es la efectuación en todas sus variantes de esta ley impersonal, estructurada como un lenguaje y profundamente inconsciente.

Una prueba a atravesar, un obstáculo a franquear, una decisión a tomar, un examen a aprobar, etcétera, son todos desafíos de la vida cotidiana que reactualizan —sin que el sujeto tenga conciencia de ello y al precio de una pérdida—la fuerza separadora de un límite simbólico.

Se hace comprensible entonces el sentido de la fórmula lacaniana: la castración es simbólica y su objeto imaginario. Es decir que es la ley que rompe la ilusión de todo ser humano de creerse poseedor o de identificarse con una omnipotencia imaginaria.

Ahora podemos concebir la tercera acepción del falo simbólico en tanto asimilado por Lacan a la ley misma en su eficacia interdictora del incesto y separadora del vínculo madre-niño. Nos encontramos, entonces, ante una singular paradoja: el mismo falo es, en tanto imaginario, el objeto al cual apunta la castración y, en tanto simbólico, el corte que opera la castración.

Por: Andres Martinez.

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